jueves, 28 de abril de 2011

Un árbol crece en Brooklyn



"The one tree in Francie's yard was neither a pine nor a hemlock. It had pointed leaves which grew along green switches which radiated from the bough and made a tree which looked like a lot of opened green umbrellas. Some people called it the Tree of Heaven. No matter where its seed fell, it made a tree which struggled to reach the sky. It grew in boarded-up lots and out of neglected rubbish heaps and it was the only tree that grew out of cement. It grew lushly, but only in the tenement districts".

miércoles, 27 de abril de 2011

The Man Who Listened to Birds



Hace unos años, durante una de mis estancias veraniegas en Nueva York, caminaba solo por Central Park en una tarde gris. En medio de ese microcosmos natural iba yo tranquilamente, contemplando la naturaleza que parecía mantenerse impertérrita ante la metrópolis metálica e incansable que le rodeaba. Tenía los cascos del iPod puestos; escuchaba el ábum Marquee Moon del grupo Television, cuyo sonido refleja a la perfección la jungla urbana neoyorquina.

En algún momento paré a comprarme un perrito caliente por dólar y medio en un tenderete de esos, desde donde se veía la parte trasera del Guggenheim. Me senté en un banco, a mi alrededor una muchedumbre esparcida de gente variopinta: ciclistas que no conocían fatiga, turistas con cámaras colgando del cuello, madres con sus niños pequeños, algún que otro saxofonista solitario en un rincón. Seguí andando hasta adentrarme en alguna parte más recóndita del parque, cerca de uno de sus muchos lagos, donde apenas había gente.

De repente me ve un hombre y me para. Rondaría los cincuenta años. Su cara quedaba marcada por un rastro de afabilidad y experiencia. Vestía una camiseta y una gorra de los Yankees. Me quito los cascos. Sin preámbulos, me pregunta: "¿Sabes qué pájaro es ese?" Señala a escasos metros de mí, donde efectivamente, posado en una piedra, deambulaba un pájaro amarillado, con sombras de negro y blanco, lanzando una melodía ajeno a todo. "No tengo ni idea de pájaros", le contesté con una sonrisa. "Es una curruca", me dice de manera fáctica, con comprensión, "No se trata sólo de mirar, chico, tienes que escuchar". Boy, you gotta listen. Me quedé mirándole unos instantes, sin saber si comprendía bien o no. Sus palabras no fueron más. Le dediqué una sonrisa, y le dije que lo haría. Nos dimos la mano entre nice-to-meet-yous y demás y seguí a paso decidido por rutas indecisas, esta vez sin enchufarme los cascos, tratando de escuchar como él dispuso.

No sé por qué, pero siempre pensé que sus palabras derrochaban sabiduría. Aún sigo sin entender del todo su significado concreto, pero pienso que encerraban una moraleja algo incierta, pero verdadera después de todo. En cualquier caso me pareció una historia bonita que contar. Boy, you gotta listen. Escuchemos, entonces; no hacerlo equivale casi a ir con los ojos vendados.

martes, 26 de abril de 2011

'A Process in the Weather of the Heart', de Dylan Thomas



A process in the weather of the heart
Turns damp to dry; the golden shot
Storms in the freezing tomb.
A weather in the quarter of the veins
Turns night to day; blood in their suns
Lights up the living worm.

A process in the eye forwarns
The bones of blindness; and the womb
Drives in a death as life leaks out.

A darkness in the weather of the eye
Is half its light; the fathomed sea
Breaks on unangled land.
The seed that makes a forest of the loin
Forks half its fruit; and half drops down,
Slow in a sleeping wind.

A weather in the flesh and bone
Is damp and dry; the quick and dead
Move like two ghosts before the eye.

A process in the weather of the world
Turns ghost to ghost; each mothered child
Sits in their double shade.
A process blows the moon into the sun,
Pulls down the shabby curtains of the skin;
And the heart gives up its dead.

Fleet Foxes - Grown Ocean

lunes, 25 de abril de 2011

The revolution will be televised



A medida que las revueltas en el mundo árabe continúan ante la comodidad de los telespectadores, Rebecca Black destrona a Justin Bieber y Lady Gaga, sobrepasando con creces las 100 milliones de visitas de su 'Friday'. La guerra y la barbarie se convierten en lo más normal del mundo y lo cutre y obvio, enmascarado bajo un pop facilón y pueril, resulta ser la clave del éxito -- en Youtube y, por tanto, en general.

Independientemente de este choque de civilizaciones, abierto por una brecha entre lo doloroso y lo banal, en estas nuestras tierras el país entero se paraliza ante el acontecimiento nacional más importante de todos: el Clásico que enfrenta al Real Madrid y al Barcelona, que esta vez se convierte en una pugna de cuatro escalones y, para alegría de muchos (entre los que me incluyo), aún quedan los dos últimos peldaños. Panis et circenses para unos, quizá (y bien, en parte tienen razón) -- ¡pero que alguien me diga que esa final de la Copa del Rey no fue buena!

Mientras, en la madriguera de un inicio primaveral soleado y una Semana Santa pasada por agua -- y ante la inminencia de los exámenes finales --, he aprovechado para leer, ver mucho cine y escuchar mucha música. Si bien llegué tarde a la fiesta, he de decir que la primera temporada de Lost es increíble. Para bien o para mal, ya estoy oficialmente enganchado. Lo mismo puedo decir de The Pacific, que por el momento parece ser un más que digno complemento a Hermanos de sangre. He vuelto a ver algunas peliculas, como Heat (1995, Michael Mann), gran película sobre el crimen organizado en Los Ángeles, que cuenta con el duelo interpretativo entre Al pacino y Robert De Niro como principal atractivo, y la archiconocida Origen, que sigue aportando la tercera vez que la veo. Donde viven los monstruos es otra pelicula a la que le he dado vueltas, más que nada porque no es una pelicula para niños. La vi con mis hermanas pequeñas y dijeron que era "demasiado rara", no ya por los grotescos monstruos en sí, sino mas que nada por ese tono ocre y meláncolico que cubre sus escenas. Trata sobre la pérdida de la inocencia sobre todo, y de ahí su tristeza.

Algo de lo que he leído últimamente ha sido bueno. Falconer, de John Cheever deja en entredicho la habilidad del autor como novelista; su maestría con los relatos cortos es innegable, pero esta obra es monótona y rayana en lo banal. The Corrections de Jonathan Franzer, elogiada desde el 2001 como una gran sátira sobre la clase media americana y su fútil existencia, me pareció pomposa hasta el punto de aburrir; de sus 650 páginas no pasé de la 500. La última novela de Paul Auster, Sunset Park, empieza de manera magistral y engancha como pocas, pero el último tercio de la novela no llega a culminar todo lo anterior. Está claro que Auster se hace mayor, y su mayor flaqueza es precisamente esa: un comienzo muy prometedor y un desenlace que no está a la altura. Es algo que lleva haciendo desde La noche del oráculo, con lo que tampoco es que me sorprenda.

Eso sí, no todo han sido desencantos y decepciones: Rilke me ha apasionado con sus Cartas a un joven poeta, sobre todo sus comentarios sobre la soledad, elemento casi inherente a la labor creativa; Saul Bellow en Him With His Foot In His Mouth, gracioso relato sobre un anciano carcomido por el arrepentimiento, etc. No ha pasado un día de estas últimas semanas en que no haya leído algo de poesía de Dylan Thomas, que rápidamente se está convirtiendo en uno de mis preferidos. Se trata de un ejemplar de segunda mano de Collected Poems 1934-1952, publicado en 1971, que compré cerca de Columbia University en el verano del 2005. Sus páginas huelen a viejo y a pasado.

Quizá el mayor descubrimiento haya sido Against Interpretation de Susan Sontag, una de las pensadoras más iluminadoras del siglo pasado. Se trata de una colección de ensayos que versan sobre distintos temas, desde la contraposición entre forma y estilo y la literatura de Camus hasta el cine de ciencia ficción de los 50. En todos y cada uno de ellos Sontag se muestra como alguien brillante y al mismo tiempo muy cercana, con un ojo incisivo para todo. Me quedo también con su definición particular del escritor: "My idea of a writer: someone who is interested in everything".

Por último, tengo que decir que el último disco de Fleet Foxes es increíble. Todo el mundo tiene que escucharlo. Melodía y belleza en estado puro; a veces es demasiado bonito. Tras su increíble debut, Pecknold y compañía asombran de nuevo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

¡Indígnate!


"Digo a los jóvenes: buscad un poco, las vais a encontrar. La peor de las actitudes es la indiferencia, decir: yo no puedo hacer nada, a mí ya me va bien. Comportándoos así perdéis uno de los elementos esenciales que nos hacen humanos: la facultad de indignación y de compromiso que es su consecuencia".

Parece mentira. Un anciano de 93 años que encamina a la juventud de nuestros días mediante un llamamiento a la revolución. Eso sí: la revolución de la no-violencia, como él dice. Stéphane Hessel, veterano de la Resistencia francesa y miembro redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, ha sido protagonista del último éxito editorial en Francia. Bajo el llamativo título de Indignaos ('Indignez-vous'), su panfleto, de treinta y pocas páginas, ha vendido más de un millón y medio de copias.

El libro llegó a España hace unas pocas semanas, gracias a la editorial Destino. En él, Hessel nos anima a combatir la mediocridad imperante y el aburguesamiento que nos rodea, bajo el razonamiento de que siempre hay motivos por los que indignarse -- hoy más que nunca --, y que hay que luchar para cambiarlos. Escribe, citando a Sartre, que el hombre es responsable en cuanto individuo. Nos hemos sumido en tal modorra pasiva que ya es difícil siquiera mover un dedo para luchar por lo que creemos injusto. Y motivos, en teoría, nos deberían sobrar. El manifiesto particular de Hessel es a la vez denuncia y propuesta, ‘un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica’ y, si bien lo que dice no es especialmente novedoso o profundo (peca, quizá, de brevedad y generalidad), leerlo me ha hecho recordar que antes la gente de verdad se esforzaba por algo. Qué fuera ese ‘algo’ es lo de menos; lo peor es que hoy nadie hace nada por nada. Porque claro, a veces resulta ser lo más cómodo en estos tiempos tan modernos e hiper-globalizados en que vivimos, donde el enemigo se caracteriza por su invisibilidad o bondad aparente .

Me alegra ver el éxito que ha tenido Hessel, no tanto por el contenido sino más bien por la idea, el concepto en sí. Hacía falta que alguien nos impulsase a no conformarnos a la mínima, a luchar con criterio y a usar la palabra antes que la violencia.
Se ve que las revoluciones, al fin y al cabo, no entienden de edades.

domingo, 13 de febrero de 2011

Del todo a la nada



Hace unos días leí Nada, de la danesa Janne Teller. Es un libro corto, de poco más de 150 páginas. Me lo leí de un tirón y las preguntas que surgieron eran muchas. Las comparaciones con El señor de las moscas son aptas, puesto que ambos tratan sobre un grupo de niños que se ven devorados por el lado más primario del ser humano, y Teller, fiel a la filosofía de Chéjov, plantea los problemas en vez de solucionarlos.

Nada comienza con las siguientes líneas: ‘Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acaba de descubrirlo’. Así, el joven Pierre Anthon deja el colegio una vez descubre que no hay sentido ni orden en la vida. Que todo es nada. Sus compañeros, impertérritos, ven cómo se encarama en un ciruelo del que no baja, desde donde les provoca con sus razones de este no-creer particular. Al principio intentan evitar el tema, pero conforme ven que su compañero de clase sigue aferrado a sus insólitas ideas, comienzan a acumular objetos en un intento de demostrarle que la vida sí tiene sentido, que hay cosas por las que merece la pena vivir. Es lo que llamarán el ‘montón de significado’, mediante el cual tratarán de desbaratar el manifiesto nihilista de Pierre Anthon. A medida que va creciendo, el riesgo aumenta y los niños se verán dispuestos a renunciar a cualquier cosa con tal de realizar su propósito: darle sentido a la vida.

El libro no deja de ser una alegoría, una especie de fábula macabra que no hay que interpretar literalmente. Aun así, consigue perturbar sin caer en maniobras baratas y fáciles, no tanto por algunas de sus escenas (Teller opta por sugerir antes que mostrarlo todo de manera explícita), sino porque guarda mucha semejanza con la sociedad actual, en la que se es capaz de llegar hasta extremos con el fin de dar sentido a la vida. Por mucho que no pretenda ser realista – que no lo es –, de algún modo todo parece ser muy real: a fin de cuentas, así es como nacen los totalitarismos. El grupo de niños se ve envuelto en una rebelión de las masas a pequeña escala, en la que todos se siguen a todos porque quieren realizar un objetivo en común, y de esta manera Teller nos obliga a pensar en los valores que deben imperar en el mundo actual y en el riesgo que hay que correr en la búsqueda de nuestro sentido vital particular. Filosóficamente hablando, Nada es una novela muy interesante, a pesar de su estilo sencillo y conciso, capaz de provocar al lector con esta dramática búsqueda que culmina en un gran final.

El debate está asegurado. Nada se publicó en Dinamarca en el 2001 y hoy ha sido traducido a trece idiomas (acaba de ser publicado en España), siendo además lectura recomendada en los colegios daneses y habiendo sido censurada en tantas otras partes. Yo, la verdad, no entiendo ninguna de las dos posturas: no es un libro para adolescentes, por mucho que, de acuerdo, trate sobre adolescentes.

sábado, 12 de febrero de 2011

La voz a ti debida, de Pedro Salinas.



Estoy leyendo La voz a ti debida, de Pedro Salinas. Hace años que mi padre me lo recomendó, pero tardé en hacerle caso. Quizá lo que más me gusta es que se trata de una poesía terriblemente sensual, en ocasiones llena de deseo y ardor, pero de algún modo Salinas consigue que se mantenga, no sé, pura. El anhelo por el ser amado, el sufrimiento de la espera, la eterna búsqueda son temas recurrentes a lo largo de este precioso poemario, lleno de misterio y silencio, donde el poeta nos muestra su 'yo' al desnudo, a veces nostálgico o pletórico, otras desasosegado o dolorido, en relación siempre con un amor de infinitud de caras.

Quizá la idea del amor que tiene Salinas no esté muy en boga hoy en día; quizá por eso me llena de tanta esperanza leerle. Puede tratarse de un amor ideal, y por tanto, digamos, 'bonito'. Pero el que sea bonito no quiere decir, de ninguna manera, que no pueda darse en la realidad -- por mucho, eso sí, que algunos se empeñen en decir lo contrario. ¿Por qué ya no se escriben cantos al amor de este tipo? Con esa elegancia y delicadeza insólitas, y esas imágenes poéticas tan especiales. Pues será porque el amor no parece estar de moda hoy en día. El romanticismo parece tener un significado más bien peyorativo -- poco le queda de valor. Y es una pena. Las palabras de Salinas seguirán ahí, sin embargo, para los que aún no han perdido la fe.


Sí, por detrás de las gentes
te busco.
No en tu nombre, si lo dicen,
no en tu imagen, si la pintan.
Detrás, detrás, más allá.

Por detrás de ti te busco.
No en tu espejo, no en tu letra,
ni en tu alma.
Detrás, más allá.

También detrás, más atrás
de mí te busco. No eres
lo que yo siento de ti.
No eres
lo que me está palpitando
con sangre mía en las venas,
sin ser yo.
Detrás, más allá te busco.

Por encontrarte, dejar
de vivir en ti, y en mí,
y en los otros.
Vivir ya detrás de todo
al otro lado de todo
-por encontrarte-,
como si fuese morir.

lunes, 31 de enero de 2011

¿Basado en una historia real?



Reproduzco aquí, aun sin su permiso explícito, el último post del blog de mi hermano -- creo que merece la pena:

La red social me gustó mucho. Gran guión con grandes diálogos. Actuaciones sorprendentes de un prometedor elenco de actores jóvenes. Una banda sonora austera pero acertada. Muy buena fotografía, en especial en la escena de la regata. Y a pesar de todo esto, había algún aspecto de la película que chirriaba en mi mente.

Tras meditarlo e informarme, di con que causaba esa desazón. La red social es una historia verdadera contada a base de mentiras. Cabe entender que al condensar la realidad en una película de dos horas el guionista se tome ciertas licencias, para que la historia fluya de manera cohesiva y suscitando el interés del público. Pero en este proceso de adaptación, resulta interesante como mantenerse fiel a la realidad no está entre sus prioridades. Si esto sucede, ¿es porque la historia no era muy interesante tal y como pasó? En ese caso, ¿procede añadirle ingredientes ficticios para dar lugar a un buen guión, aunque los nuevos ingredientes se acerquen peligrosamente a la calumnia?

El Mark Zuckerberg de la película es un inepto social, impertinente y mal amigo. El de la realidad parece ser más bien un altruista visionario, una especie de versión actualizada del sueño americano. Quizá todas estas facetas de Zuckerberg estén ahí en mayor o menor medida, pero los recursos maniqueístas empleados en el guión resaltan solo su lado más polémico, evidentemente, el lado que más vende en taquilla. No me entiendan mal, yo no iría a ver una película sobre las infinitas horas que Zuckerberg se pasó programando solo ante su portátil, por muy genio que sea. Aristóteles ya lo decía en su Poética: el público quiere ver drama, conflicto. Pero, Aristóteles, ¿y si no hay conflicto en una historia verdadera? Pues te lo inventas, parece ser.

Por supuesto que esto no es algo que haya surgido con La red social. El bueno de Salieri es para muchos el compositor frustrado que mató a Mozart. En la realidad, no hay nada que pueda constatar semejante afirmación. Pero en Amadeus, de Milos Forman, así figura, y eso cala en la mente del público. ¿Se retorcerá Salieri en su tumba? Probablemente a estas alturas no le importe demasiado, pero no deja de ser una injusticia.

Pero si nos ponemos así, habría que decirle a Shakespeare: “Sir William, te has inventado gran parte de las vidas de Julio César y Enrique V, y lo sabes. Y el discurso de San Crispín… ¿Acaso estuviste ahí?”

Como vemos, no es nada nuevo manipular la realidad para servir algún propósito narrativo. Y el público lo acepta… aunque no siempre. Saco a colación el caso de El Patriota, a mi gusto una gran película de época ambientada en la guerra de la independencia estadounidense. Pues bien, esta película recibió duros varapalos por la crítica y el público por ser poco fiel a los acontecimientos de la realidad… Era una película de Ronald Emmerich, el hombre que nos regaló Soldado Universal, Independence day y Godzilla, entre otras. ¿Y el público de repente le exige rigor? Son reacciones cuanto menos arbitrarias, porque Tarantino se carga a Hitler en un cine regentado por judíos y a nadie le parece raro…

Pero me desvío. Los acontecimientos de La red social no pasaron hace varios siglos. Las sesiones con los abogados que muestra la película ocurrieron en la realidad en 2008. Por esto se me antoja más delicado el proceso de adaptación. Son sucesos muy recientes. Desde luego al imperio de Facebook no le ha venido mal la publicidad, ni su valor se ha visto mermado. Sencillamente, resulta violento que cojan temas personales delicados como el hundimiento de una amistad o un noviazgo, los manipulen, y conviertan en productos comerciales de palomitas para el deleite de millones de espectadores. Y sigo sosteniendo que el resultado es intachable. Pero… chirría.

Aaron Sorkin basó su guión de La red social en el libro de Ben Mezrich, The accidental billionaires. Y el director David Fincher una y otra vez dijo que él quería, ante todo, contar una buena historia. Al ser el guión una adaptación de un libro en vez de directamente de la realidad, y al hacer sabida la intención prioritaria de Fincher, parece que hay cierto margen para lavarse las manos de cara a las injurias en que se pueda incurrir en la narración. A pesar de esto, es relevante destacar que David Fincher prohibió a sus actores conocer a sus personajes en la realidad mientras estuviese teniendo lugar la filmación. ¿Sería consciente de que no estar haciendo justicia a la realidad?

Entiendo las pocas ganas de desaprovechar la trama de este millonario precoz, pero hay maneras de inspirarse en la realidad para contar una historia "ficticia". Hablo del caso de Ciudadano Kane, de Orson Welles, que supo hacer de este largometraje un dardo envenenado apuntado a William Randolph Hearst. Welles en ningún momento menciona siquiera el nombre del magnate de la prensa sensacionalista. Claro que hay que ser Welles para que esto dé buen resultado…

Después de esta divagación, me calma ver que la polémica de La red social no pasara a mayores. Sería muy cutre ver a Zuckerberg intentar sacar tajada por indemnizaciones. Pero lejos de esto, el tipo incluso se tomó tanta calumnia con humor. Me sorprendió gratamente ver al mismísimo Mark Zuckerberg en Saturday Night Live hacer parodia de sí mismo. Algunos lo pueden ver como una forma de expiación por los actos reprobables que la película de Fincher mostró al mundo. Pero no creo que vayan por ahí los tiros. Zuckerberg sí dijo lo siguiente al respecto de La red social: “Hacemos productos que 500 millones de personas utilizan; que 5 millones vean la película no importa realmente”.

http://www.intereconomia.com/blog/cuarta-pared/basado-historia-real-20110131

viernes, 28 de enero de 2011

Black Swan, o en búsqueda de la identidad



Black Swan ha dado mucho que hablar, y con razón. No es una película fácil de digerir y, conforme pasa el tiempo, más y más pienso en ella. Huye de la descripción fácil y quizá no sea para todos los gustos, pero, en cualquier caso, se trata de una gran película. Se podrá hablar de sus raíces freudianas, de su estética de arte y ensayo y de su simbolismo recurrente; lo que importa es que de manera directa Black Swan aterra y sorprende.

A veces me recordó a mi película preferida: Persona, de Ingmar Bergman. En parte porque ambas comparten a dos protagonistas femeninas antagónicas y bellísimas (Portman y Mila Kunis aquí; Bibi Andersson y Liv Ulhman en aquella); las dos películas son profundamente psicológicas y abiertas; y porque en torno al final las identidades respectivas se confunden y se desdibujan -- no todo queda claro. Al mismo tiempo, las dos giran en torno a un elemento sexual subyacente, ambiguo y 'liberador' en cierto sentido.

Como eje central se encuentra la brillante actuación de Natalie Portman en el papel de Nina, ballerina en búsqueda de la perfección -- e inconsciente del riesgo que ello acarrea. Portman cautiva en todo momento, mediante una mezcla de ingenua fragilidad y neurosis de ojos abiertos de par en par. Su descenso a los infiernos -- artísticos y emocionales -- es totalmente convincente.

Darren Arronofsky, director de la película, combina destreza cinematográfica con audacia narrativa, recordando a veces a lo mejor de Kubrick. Black Swan es una película intensa y peculiar, melodramática e imbuida de terror psicológico. En último término, está llena de elementos extremos y a priori irreconciliables: se caracteriza en ocasiones por lo visceral de sus imágenes, pero también por su lirismo (la misma primera escena, por ejemplo; la caída final, etc), gracias a una fotografía y montaje vertiginosos. La última media hora, que nada tiene que envidiar a la peor de las pesadillas, culmina en un clímax digno de una tragedia griega: el destino de Nina parecía estar definido desde el principio de manera inevitable.


domingo, 23 de enero de 2011

Poema de mañana de un domingo de hambre


Sólo me quedan cuentos y unas cuantas nubes de mendigo

Ni veranos imposibles con ficciones y diálogos de azul

Ni travesías adormecidas con planas visiones de autobús

Todo ya caduco y quieto, el tiempo debe ser a quien persigo

Mientras miro a aquel niño en el muelle de la eternidad

Solo y silencioso, con un puñado de lluvia en su mochila

Anhelando esa estrella que aparece y el viento mutila

Cazando sueños con la escopeta robada de un abad

Recuerdos de mi abuelo


Mi abuelo Matías, como todo buen abuelo, fue una persona que, ante todo, concedió a sus nietos infinidad de caprichos que nunca habría permitido a sus propios hijos. Desde pequeños nos inculcó en el arte del buen comer, esto es, atiborrándonos de dulces y frutos secos y chocolates ante la grave mirada de nuestra abuela que, asustada, nos amenazaba con un futuro temible dolor de barriga en caso de seguir así. Nos transmitió el arte de la música clásica hasta tal punto de que se han convertido, para mí, en dos elementos inseparables -- no puedo escuchar a, digamos, Tchaikovsky o Chopin sin pensar en él. Su casa estaba llena de CDs y vinilos y cables y artilugios de alta fidelidad; la casa, en el barrio madrileño de Aluche, respiraba música por todos sus rincones polvorientos. Nos ponía películas los fines de semana (grabadas en cintas Betamax directo de Televisión Española) como Superman, Fantasía, Indiana Jones o las de James Bond con Roger Moore, cosa que a mi padre no le hacía tanta gracia por sus frecuentes escenas subiditas de tono. Nos llevaba al parque de atracciones y al cine cada dos por tres y nos compraba juguetes como los del Capitán Planeta o el Vengador Tóxico. En resumen, nos trataba como a reyes a mis hermanos y a mí – ir a casa de mis abuelos paternos los sábados era una aventura, siempre a la espera de descubrir algo nuevo que aprender de mi abuelo.

Matías era una persona con aficiones que han pasado de generación en generación. La fotografía y la música le apasionaban; de no ser por él, mi casa no sería el escenario musical que suele ser todos los días, con cada hermano tocando el violín o el piano o la guitarra a todas horas, o simplemente poniendo música en el iPod a todo volumen, haciendo que mi madre se vuelva loca. Hacía fotos en todo momento, siempre armado con su fiel cámara Nikon. No era una persona que leyese mucho, pues su esencia se encontraba en lo práctico e inmediato. Casi todos los días se iba al Auditorio Nacional, solo o acompañado de mi abuela, a oír un concierto.

El día que Matías murió, una de mis hermanas, que no tendría más de 6 años, irrumpió en mi cuarto, donde dormía con mi hermano pequeño. Nos despertó a los dos entre sollozos y, con la puerta media abierta y la voz entrecortada, lloró ‘Matías se ha muerto’ y se fue corriendo por el pasillo enmoquetado. Por entonces vivíamos en Inglaterra, y la noticia venida desde España en la distancia la teñía de más dolorosa aún. Mi hermano y yo nos miramos fugazmente y nos giramos sobre las camas, mudos por completo.

Esa misma tarde, contaría mi madre años después, mi hermana estaba en el jardín lanzando papeles al aire con palabras escritas, entre la impotencia y las lágrimas. Decía que quería que llegasen al cielo para que Matías los pudiese leer, pero que siempre se caían.