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lunes, 25 de abril de 2011

The revolution will be televised



A medida que las revueltas en el mundo árabe continúan ante la comodidad de los telespectadores, Rebecca Black destrona a Justin Bieber y Lady Gaga, sobrepasando con creces las 100 milliones de visitas de su 'Friday'. La guerra y la barbarie se convierten en lo más normal del mundo y lo cutre y obvio, enmascarado bajo un pop facilón y pueril, resulta ser la clave del éxito -- en Youtube y, por tanto, en general.

Independientemente de este choque de civilizaciones, abierto por una brecha entre lo doloroso y lo banal, en estas nuestras tierras el país entero se paraliza ante el acontecimiento nacional más importante de todos: el Clásico que enfrenta al Real Madrid y al Barcelona, que esta vez se convierte en una pugna de cuatro escalones y, para alegría de muchos (entre los que me incluyo), aún quedan los dos últimos peldaños. Panis et circenses para unos, quizá (y bien, en parte tienen razón) -- ¡pero que alguien me diga que esa final de la Copa del Rey no fue buena!

Mientras, en la madriguera de un inicio primaveral soleado y una Semana Santa pasada por agua -- y ante la inminencia de los exámenes finales --, he aprovechado para leer, ver mucho cine y escuchar mucha música. Si bien llegué tarde a la fiesta, he de decir que la primera temporada de Lost es increíble. Para bien o para mal, ya estoy oficialmente enganchado. Lo mismo puedo decir de The Pacific, que por el momento parece ser un más que digno complemento a Hermanos de sangre. He vuelto a ver algunas peliculas, como Heat (1995, Michael Mann), gran película sobre el crimen organizado en Los Ángeles, que cuenta con el duelo interpretativo entre Al pacino y Robert De Niro como principal atractivo, y la archiconocida Origen, que sigue aportando la tercera vez que la veo. Donde viven los monstruos es otra pelicula a la que le he dado vueltas, más que nada porque no es una pelicula para niños. La vi con mis hermanas pequeñas y dijeron que era "demasiado rara", no ya por los grotescos monstruos en sí, sino mas que nada por ese tono ocre y meláncolico que cubre sus escenas. Trata sobre la pérdida de la inocencia sobre todo, y de ahí su tristeza.

Algo de lo que he leído últimamente ha sido bueno. Falconer, de John Cheever deja en entredicho la habilidad del autor como novelista; su maestría con los relatos cortos es innegable, pero esta obra es monótona y rayana en lo banal. The Corrections de Jonathan Franzer, elogiada desde el 2001 como una gran sátira sobre la clase media americana y su fútil existencia, me pareció pomposa hasta el punto de aburrir; de sus 650 páginas no pasé de la 500. La última novela de Paul Auster, Sunset Park, empieza de manera magistral y engancha como pocas, pero el último tercio de la novela no llega a culminar todo lo anterior. Está claro que Auster se hace mayor, y su mayor flaqueza es precisamente esa: un comienzo muy prometedor y un desenlace que no está a la altura. Es algo que lleva haciendo desde La noche del oráculo, con lo que tampoco es que me sorprenda.

Eso sí, no todo han sido desencantos y decepciones: Rilke me ha apasionado con sus Cartas a un joven poeta, sobre todo sus comentarios sobre la soledad, elemento casi inherente a la labor creativa; Saul Bellow en Him With His Foot In His Mouth, gracioso relato sobre un anciano carcomido por el arrepentimiento, etc. No ha pasado un día de estas últimas semanas en que no haya leído algo de poesía de Dylan Thomas, que rápidamente se está convirtiendo en uno de mis preferidos. Se trata de un ejemplar de segunda mano de Collected Poems 1934-1952, publicado en 1971, que compré cerca de Columbia University en el verano del 2005. Sus páginas huelen a viejo y a pasado.

Quizá el mayor descubrimiento haya sido Against Interpretation de Susan Sontag, una de las pensadoras más iluminadoras del siglo pasado. Se trata de una colección de ensayos que versan sobre distintos temas, desde la contraposición entre forma y estilo y la literatura de Camus hasta el cine de ciencia ficción de los 50. En todos y cada uno de ellos Sontag se muestra como alguien brillante y al mismo tiempo muy cercana, con un ojo incisivo para todo. Me quedo también con su definición particular del escritor: "My idea of a writer: someone who is interested in everything".

Por último, tengo que decir que el último disco de Fleet Foxes es increíble. Todo el mundo tiene que escucharlo. Melodía y belleza en estado puro; a veces es demasiado bonito. Tras su increíble debut, Pecknold y compañía asombran de nuevo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

¡Indígnate!


"Digo a los jóvenes: buscad un poco, las vais a encontrar. La peor de las actitudes es la indiferencia, decir: yo no puedo hacer nada, a mí ya me va bien. Comportándoos así perdéis uno de los elementos esenciales que nos hacen humanos: la facultad de indignación y de compromiso que es su consecuencia".

Parece mentira. Un anciano de 93 años que encamina a la juventud de nuestros días mediante un llamamiento a la revolución. Eso sí: la revolución de la no-violencia, como él dice. Stéphane Hessel, veterano de la Resistencia francesa y miembro redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, ha sido protagonista del último éxito editorial en Francia. Bajo el llamativo título de Indignaos ('Indignez-vous'), su panfleto, de treinta y pocas páginas, ha vendido más de un millón y medio de copias.

El libro llegó a España hace unas pocas semanas, gracias a la editorial Destino. En él, Hessel nos anima a combatir la mediocridad imperante y el aburguesamiento que nos rodea, bajo el razonamiento de que siempre hay motivos por los que indignarse -- hoy más que nunca --, y que hay que luchar para cambiarlos. Escribe, citando a Sartre, que el hombre es responsable en cuanto individuo. Nos hemos sumido en tal modorra pasiva que ya es difícil siquiera mover un dedo para luchar por lo que creemos injusto. Y motivos, en teoría, nos deberían sobrar. El manifiesto particular de Hessel es a la vez denuncia y propuesta, ‘un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica’ y, si bien lo que dice no es especialmente novedoso o profundo (peca, quizá, de brevedad y generalidad), leerlo me ha hecho recordar que antes la gente de verdad se esforzaba por algo. Qué fuera ese ‘algo’ es lo de menos; lo peor es que hoy nadie hace nada por nada. Porque claro, a veces resulta ser lo más cómodo en estos tiempos tan modernos e hiper-globalizados en que vivimos, donde el enemigo se caracteriza por su invisibilidad o bondad aparente .

Me alegra ver el éxito que ha tenido Hessel, no tanto por el contenido sino más bien por la idea, el concepto en sí. Hacía falta que alguien nos impulsase a no conformarnos a la mínima, a luchar con criterio y a usar la palabra antes que la violencia.
Se ve que las revoluciones, al fin y al cabo, no entienden de edades.

domingo, 13 de febrero de 2011

Del todo a la nada



Hace unos días leí Nada, de la danesa Janne Teller. Es un libro corto, de poco más de 150 páginas. Me lo leí de un tirón y las preguntas que surgieron eran muchas. Las comparaciones con El señor de las moscas son aptas, puesto que ambos tratan sobre un grupo de niños que se ven devorados por el lado más primario del ser humano, y Teller, fiel a la filosofía de Chéjov, plantea los problemas en vez de solucionarlos.

Nada comienza con las siguientes líneas: ‘Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acaba de descubrirlo’. Así, el joven Pierre Anthon deja el colegio una vez descubre que no hay sentido ni orden en la vida. Que todo es nada. Sus compañeros, impertérritos, ven cómo se encarama en un ciruelo del que no baja, desde donde les provoca con sus razones de este no-creer particular. Al principio intentan evitar el tema, pero conforme ven que su compañero de clase sigue aferrado a sus insólitas ideas, comienzan a acumular objetos en un intento de demostrarle que la vida sí tiene sentido, que hay cosas por las que merece la pena vivir. Es lo que llamarán el ‘montón de significado’, mediante el cual tratarán de desbaratar el manifiesto nihilista de Pierre Anthon. A medida que va creciendo, el riesgo aumenta y los niños se verán dispuestos a renunciar a cualquier cosa con tal de realizar su propósito: darle sentido a la vida.

El libro no deja de ser una alegoría, una especie de fábula macabra que no hay que interpretar literalmente. Aun así, consigue perturbar sin caer en maniobras baratas y fáciles, no tanto por algunas de sus escenas (Teller opta por sugerir antes que mostrarlo todo de manera explícita), sino porque guarda mucha semejanza con la sociedad actual, en la que se es capaz de llegar hasta extremos con el fin de dar sentido a la vida. Por mucho que no pretenda ser realista – que no lo es –, de algún modo todo parece ser muy real: a fin de cuentas, así es como nacen los totalitarismos. El grupo de niños se ve envuelto en una rebelión de las masas a pequeña escala, en la que todos se siguen a todos porque quieren realizar un objetivo en común, y de esta manera Teller nos obliga a pensar en los valores que deben imperar en el mundo actual y en el riesgo que hay que correr en la búsqueda de nuestro sentido vital particular. Filosóficamente hablando, Nada es una novela muy interesante, a pesar de su estilo sencillo y conciso, capaz de provocar al lector con esta dramática búsqueda que culmina en un gran final.

El debate está asegurado. Nada se publicó en Dinamarca en el 2001 y hoy ha sido traducido a trece idiomas (acaba de ser publicado en España), siendo además lectura recomendada en los colegios daneses y habiendo sido censurada en tantas otras partes. Yo, la verdad, no entiendo ninguna de las dos posturas: no es un libro para adolescentes, por mucho que, de acuerdo, trate sobre adolescentes.

sábado, 6 de noviembre de 2010

El insoportable placer de encontrar y comprar libros de segunda mano


"Second hand books are wild books, homeless books; they have come together in vast flocks of variegated feather, and have a charm which the domesticated volumes of the library lack".

-- Virginia Woolf

En el corazón del bohemio barrio de Wicker Park, Chicago, se encuentra Myopic Books, una célebre librería de libros de segunda mano, abierta todos los días (incluído domingos) de 9 de la mañana a 11 de la noche. Tiene tres pisos y más de 80.000 títulos a precios muy asequibles. He ido ya dos veces y aún me quedan unas cuantas.

La regenta un hombre grande de apariencia afable, vestido en tirantes de granjero y con una indomable barba canosa, cuya peculiar afición por el bluegrass y folk hace que la música (más americana imposible) se filtre por entre las avejentadas estanterías pobladas de libros usados, mientras uno manosea libros provenientes de un primer lector pasado -- y uno se pregunta, ¿quién leyó este libro por primera vez? ¿Por qué decidió devolverlo? Etc etc. Al pasar las páginas de los libros uno se ve lanzado al pasado de forma inmediata; las páginas amarillentas, el olor que éstas desprenden, el nombre del antiguo propietario garabateado en la primera página.

Las estanterías llegan hasta el techo y su contenido está convenientemente ordenado por categorías y en orden alfabético, mientras que los angostos pasillos le obligan a uno a andar con sumo cuidado, no sea que se tope con una estantería y quede ahogado por una masa amorfa de libros sin dueño. La tenue luz proveniente de las bombillas, que cuelgan endeblemente, así sin más, lo asemeja todo a una peculiar caverna literaria, ajena al paso del tiempo.

En mis dos visitas, me compré East of Eden de John Steinbeck (me lo leí por primera vez hace unos seis años y es uno de mis favorites); Three Lives de Gertrude Stein, la 'madre' parisina de los escritores de la llamada Generación Perdida; La caída, de Camus; unas obras selectas de Platón (The Works of Plato, en una edición de The Modern Library en tapa dura); The European Philosophers from Descartes to Nietsche, también de esta última editorial; tres obras de la maestra del relato corto, Flannery O’Connor; y Atlas Shrugged (La rebelión de Atlas en su traducción al español), de la siempre polémica y estimulante Ayn Rand. Esta es sin duda su mejor obra y uno de los libros más importantes del pasado siglo, especialmente relevante en estos días de recesión económica. Pero eso es ya otra historia. En fin, que todo por cincuenta y pocos dólares, lo cual no está nada mal.

Al entrar en la tienda uno obtiene la leve sensación de ser capaz de recibir toda la sabiduría contenida en los innumerables tomos, como una planta se alimenta por fotosíntesis. Pues bien, símiles inútiles aparte, en verdad es algo parecido. En estos días otoñales, con el punzante frío que arrecia en The Windy City, es quizá el refugio perfecto – sueño con quedarme toda una tarde en el piso de arriba (sección de libros de religión, filosofía y demás), donde a través del gran ventanal que preside dicho ático se ve (y se oye) todo el runrún de la calle hasta el anochecer. Si Borges siempre imaginó que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca, creo que no estoy muy alejado de lo que él pensaba al respecto.

http://www.myopicbookstore.com/

viernes, 8 de octubre de 2010

La importancia de los clásicos



En tiempos de penuria o indecisión intelectual, muchas veces la única escapatoria parece residir en los clásicos. No sé dónde lo leí o quién me lo dijo, pero aquella persona o personaje decía que únicamente leía libros de autores fallecidos. Lo que inicialmente puede parecer una declaración propia de un snob sin escrúpulos tiene también su sentido: a fin de cuentas, es una gran manera de seleccionar qué leer y qué no leer. El tiempo es el filtro por excelencia y nos hace el gran favor de separar el trigo de la cizaña. Con mayor o menor acierto, actúa como juez neutral sobre la verdadera calidad o importancia de algo.

La razón es simple. Tan fácil es dejarse llevar por modas pasajeras en las que la mediocridad de algún producto se explote que resulta casi inevitable no unirse a los demás en su alabanza de algo mediocre; lo malo o lo simplemente regular se convierte, por tanto, en objeto de veneración ciega por parte de las masas. Y es que cuando uno se acostumbra a la mediocridad la consecuencia lógica es que sólo sea esta la que consiga satisfacerle a uno. Si algo se separa de ella o de unos ínfimos cánones predeterminados, automáticamente se rechaza por ser 'diferente'.

Así, sin unos cimientos fiables se pierde sensibilidad (o sencillamente ni se adquiere), con lo que cualquier cosa -- sea un libro, una obra de arte, una película -- es capaz de impresionar con un mínimo de estética bien posicionada para que el lector/espectador pasivo se vea plenamente satisfecho. Los clásicos siempre están ahí para decirnos: aquí estoy yo. Nos proporcionan unos fundamentos muchas veces necesarios para saber discernir lo bueno de lo meramente oportuno.

Por tanto, el que el libro de un autor ya fallecido se siga leyendo en nuestros días es, cuanto menos, indicativo. Evidentemente no puede tomarse como máxima infalible, ni como criterio único para decidir por dónde proseguir el camino intelectual, pero es indudable que si hoy en día seguimos leyendo a Shakespeare, Dostoyevski o Lorca es por algún motivo. No tanto por su habilidad como escritores, que también, sino esencialmente por su relevancia atemporal. Si hay algún rasgo que defina la atemporalidad de estos es sus reflexiones o comentarios sobre el ser humano; leerlos, por tanto, nos hace más humanos a nosotros los lectores.

Esto entronca con la definición que hizo Italo Calvino de un clásico: un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Su riqueza temática es incontenible y se presta a más de una lectura; por ello, "los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir 'Estoy releyendo...' y nunca 'Estoy leyendo...'. Mark Twain, por su parte, escribió que un clásico es un libro que la gente elogia pero no lee. Si hay un tinte de negatividad en su manera de expresar las cosas, se debe sin duda a lo fácil que es acomodarse respecto a un clásico: los damos por hecho de manera equivocada, simplemente por su estatus, y esto es un gran error. ¿Cuántos españoles de verdad han leído El Quijote en su integridad? ¿Y cuántos de ellos lo hicieron de manera voluntaria, es decir, sin el profesor detrás de ellos continuamente? Muchas veces se cita el 'Ser o no ser' de Hamlet, y sin embargo ¿quién de verdad se molesta en leerlo?

No es malo que la gente conozca pero no lea los clásicos, ni mucho menos --de hecho es preferible a que ni los conozcan. Y, por otro lado, leer los clásicos no presupone ceñirse a ellos de modo empedirnido, desechando todo lo actual o 'moderno'. Al revés, más bien. Quien diga que hoy en día no se escribe buena literatura, o que no se hace buen cine, o que no hay música 'como lo de antes' es un engañado. Se trata, en último término, de actuar con criterio e interés. Quien tenga inquietudes intelectuales de verdad encontrará los ansiado. Y si no, pues el tiempo dirá seguramente, enseñándonos con más o menos fiabilidad por dónde van los tiros. En cualquier caso, siempre nos quedarán los clásicos como fuente de calidad, conocimiento y, ante todo, humanidad.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Dreamtigers



En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres. (Todavía me acuerdo de esas figuras: yo que no puedo recordar sin error la frente o la sonrisa de una mujer.) Pasó la infancia, caducaron los tigres y su pasión, pero tadavía están en mis sueños. En esa napa sumergida o caótica siguen prevaleciendo y así: Dormido, me distrae un sueño cualquiera y de pronto sé que es un sueño. Suelo pensar entonces: Éste es un sueño, una pura invención de mi voluntad, y ya que tengo un ilimitado poder, voy a causar un tigre.
¡Oh, incompetencia! Nunca mis sueños saben engendrar la apetecida fiera. Aparece el tigre, eso sí, pero disecado o endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamaño inadmisible, o harto fugaz, o tirando a perro o a pájaro.

JORGE LUIS BORGES, El Hacedor (1960)

martes, 3 de agosto de 2010

'Rayuela' y el mundo, el mundo y 'Rayuela'



En 1963 se produce una revolución literaria de mano de Julio Cortázar, escritor argentino que ya había dejado huellas de su genialidad en colecciones de relatos cortos como Bestiario (1951) o Historias de cronopios y de famas (1962). Rayuela supuso su intento de crear la llamada 'novela total' (siendo El Quijote la novela total por excelencia), donde el autor rasga los límites de su propio universo literario, empujando dicho mundo hasta extremos insospechados en un ansia por abarcarlo todo. Así, pretende Cortázar 'trasgredir el hecho literario total', como pone en boca de Morelli. Ya lo dijo Virginia Woolf: en una novela hay que meterlo todo.

Pero claro, el autor es víctima de su propia pretensión, dado que ¿cómo englobarlo todo? Semejante tarea es evidentemente imposible, y quizá sea esa una de los motivos del triunfo de esta novela: es plenamente consciente, tanto de sus objetivos como de sus limitaciones para alcanzarlos de manera absoluta. Rayuela no es más que una ventana (mejor, una pluralidad de diminutas ventanillas) a los distintos rincones humanos, abierta a una infinidad de realidades, literarias o reales, entre las calles y cafés y bares y habitaciones de París y Buenos Aires.

Leyendo Rayuela es evidente la influencia de Ulises de Joyce (nunca logré terminarlo, y pocas ganas tengo), al igual que su repercusión en posteriores novelones como 2666, de Roberto Bolaño.

Es un libro que, como el mismo autor admite, es muchos libros (aunque, sobre todo, es dos libros), no tanto por su división interna, que consta de tres partes (Del lado de acá, Del lado de allá y De otros lados), sino porque admite la posibilidad de leerlo en orden no lineal. Cada 'capítulo' dirige a otro, que pocas veces es el que le sigue inmediatamente. Así, Cortázar propone al inicio de la novela un tablero de dirección, que comienza en el 73 (y sigue en el 1, en el 2, en el 116, en el 3, etc). No obstante, dada la naturaleza episódica de Rayuela, uno puede casi empezar por dónde desee. Al fin y al cabo, no tiene un principio ni un fin claramente delineados; no empieza ni acaba en una página determinada.

Lo que a unos puede parecer un mero capricho del autor, pretencioso y arbitrario, esconde tras de sí las verdaderas preocupaciones de Cortázar. Es decir, el autor se muestra 'juguetón' en cierto modo, no tanto por marear al lector innecesariamente, sino para que él mismo participe y se beneficie de ese mareo. Lo único que pretende es deshacerse de la novela genérica, aquella con planteamiento, nudo y desenlace (en ese orden, claro está), donde no quepan lugar a dudas y preguntas, pues todo queda al final bonito y completado de manera mecánica. Y por supuesto el lector pasivo no podría estar más contento -- todo está solucionado, no hay espacio para más. Aquí no: se trata de una obra no-redonda, incompleta, inacabada (pues su misma esencia así lo exige) y, cabría decir, inacabable (o interminable, dada la infinidad de distintas lectures a la que está abierta)

Rayuela está repleto de referencias literarias, musicales, artisticas, filosóficas y geográficas. Leerlo sin notas a pie de página es prácticamente imposible para entenderlo de manera considerable (se agradece, por tanto, la gran labor editorial de Cátedra). Por sus páginas se menciona a personajes tan variados como Kant, Mallarmé, Oscar Peterson, Charlie Parker, Jackson Pollock, Sonny Rollins, Kierkegaard, Heisenberg, Planck, Baudelaire, Flaubert, Wittgenstein... y un larguísimo etcétera de personajes que desconozco. Es una novela 'intelectual', pero no sólo (¡ni mucho menos!). Ante todo, Cortázar quiere desmenuzar, deshilachar (pero no destruir) el lenguaje, llevarlo a su máxima expresión, triturarlo y analizarlo, para lo cual se sirve de un sinfín de técnicas que no hacen sino dotar a la novela de un tinte épico: stream of consciousness, monólogo interior, empleo de diversos idiomas (español y sus variantes, inglés, francés), juegos de palabras y malabarismos sintáctico-ortográficos, estética jazzística en cuanto al ritmo, etc.

En fin, que no es una novela que se pueda 'terminar' propiamente. De hecho, al escribir estas líneas aún no lo he hecho, pero dudo de que una vez lo haga se quede en mi primera y única lectura. Escribo sobre diversos aspectos de la novela (si es que así se le puede llamar -- es claramente anti 'novelesca'), y se me ocurren tantos otros de los que hablar que corro el peligro de caer en un torbellino literario semejante al ya descrito. En suma, es un libro 'complejo', pero no tiene por qué ser complicado. Casi como la vida misma.

viernes, 18 de junio de 2010

Argumentum Ornithologicum



“Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.”

viernes, 4 de junio de 2010

El desencantado del décimo piso



...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

-- GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Sur l'astéroide B 612

domingo, 16 de mayo de 2010

El hombre que quemaba libros



Os dejo con este interesante enlace que he leído en El Cultural, sobre los libros preferidos de Hitler. "Cuando murió a la edad de cincuenta y seis años poseía una biblioteca estimada en mil seiscientos volúmenes". Pues vaya.

Es el prefacio de un nuevo libro, Los libros del gran Dictador, escrito por Timothy W. Ryback.

Un estudio sobre las lecturas preferidas de Adolf Hitler y el modo como moldearon su personalidad y su ideología. Adolf Hitler quemaba libros... y leía El Quijote, Robinson Crusoe y Shakespeare. La destructiva ideología del dictador alemán se formó a partir de su biblioteca privada. El autor de esta obra, Timothy Ryback, nos descubre que una interpretación particular del poema de Ibsen, Peer Gynt, moldeó la ambición despiadada del líder nazi, y que admiraba El judío internacional, el tratado antisemita de Henry Ford. Ryback muestra cómo las lecturas de Hitler sobre religión y ciencias ocultas alimentaron su creencia en la providencia divina, o el proceso por el cual las palabras de Nietzsche se metamorfosearon en los infames lemas nazis.

jueves, 29 de abril de 2010

En compañía de Borges



Es un placer leer a Jorge Luis Borges (1899-1986). La edición de sus Obras Completas me ha acompañado desde primero de carrera -- siempre ahí, impertérrito e imponente, en mi humilde estantería del Colegio Mayor. Hasta tal punto ha estado conmigo que casi forma parte de la esencia de la misma habitación.

Hace dos días empecé a leer Ficciones (1944) por segunda vez. Se trata de una colección de relatos dividida en dos partes. Me adentré de nuevos en su mundo de laberintos, espejos y bibliotecas-paraíso, en su jardín de senderos que se bifurcan, en sus maravillosos juegos de azar y rompecabezas policíacos. Conocí a Funes el memorioso, cuya desdicha es recordarlo absolutamente todo hasta el más mínimo detalle. Me empapé de inquisiciones sobre la eternidad, la inmortalidad y la existencia de Dios, ese soñador que sueña a los que sueñan ("Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo").

Leer a Borges es leer pura literatura. Literatura fantástica, metafísica, juguetona, intelectual y precisa, cargada de erudiciones, juegos matemáticos, filosofía, problemas teológicos... difícil describir la alegría que me produce la lectura de sus relatos, cada uno de los cuales tiene algo sobre lo que ponderar. Sin duda, Borges fue uno de los grandes; para mí, volver a leer parte de su obra es como reencontrarse con un viejo amigo y darse cuenta de que no ha cambiado un ápice.

Aquí os dejo con uno de sus mejores poemas:

EL MAR

Antes que el sueño (o el terror) tejiera
Mitologías y cosmogonías,
Antes que el tiempo se acuñara en días,
El mar, el siempre mar, ya estaba y era.
¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
Y antiguo ser que roe los pilares
De la tierra y es uno y muchos mares
Y abismo y resplandor y azar y viento?
Quien lo mira lo ve por vez primera,

Siempre. Con el asombro que las cosas
Elementales dejan, las hermosas
Tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
Ulterior que sucede a la agonía.