En 1963 se produce una revolución literaria de mano de Julio Cortázar, escritor argentino que ya había dejado huellas de su genialidad en colecciones de relatos cortos como Bestiario (1951) o Historias de cronopios y de famas (1962). Rayuela supuso su intento de crear la llamada 'novela total' (siendo El Quijote la novela total por excelencia), donde el autor rasga los límites de su propio universo literario, empujando dicho mundo hasta extremos insospechados en un ansia por abarcarlo todo. Así, pretende Cortázar 'trasgredir el hecho literario total', como pone en boca de Morelli. Ya lo dijo Virginia Woolf: en una novela hay que meterlo todo.
Pero claro, el autor es víctima de su propia pretensión, dado que ¿cómo englobarlo todo? Semejante tarea es evidentemente imposible, y quizá sea esa una de los motivos del triunfo de esta novela: es plenamente consciente, tanto de sus objetivos como de sus limitaciones para alcanzarlos de manera absoluta. Rayuela no es más que una ventana (mejor, una pluralidad de diminutas ventanillas) a los distintos rincones humanos, abierta a una infinidad de realidades, literarias o reales, entre las calles y cafés y bares y habitaciones de París y Buenos Aires.
Leyendo Rayuela es evidente la influencia de Ulises de Joyce (nunca logré terminarlo, y pocas ganas tengo), al igual que su repercusión en posteriores novelones como 2666, de Roberto Bolaño.
Es un libro que, como el mismo autor admite, es muchos libros (aunque, sobre todo, es dos libros), no tanto por su división interna, que consta de tres partes (Del lado de acá, Del lado de allá y De otros lados), sino porque admite la posibilidad de leerlo en orden no lineal. Cada 'capítulo' dirige a otro, que pocas veces es el que le sigue inmediatamente. Así, Cortázar propone al inicio de la novela un tablero de dirección, que comienza en el 73 (y sigue en el 1, en el 2, en el 116, en el 3, etc). No obstante, dada la naturaleza episódica de Rayuela, uno puede casi empezar por dónde desee. Al fin y al cabo, no tiene un principio ni un fin claramente delineados; no empieza ni acaba en una página determinada.
Lo que a unos puede parecer un mero capricho del autor, pretencioso y arbitrario, esconde tras de sí las verdaderas preocupaciones de Cortázar. Es decir, el autor se muestra 'juguetón' en cierto modo, no tanto por marear al lector innecesariamente, sino para que él mismo participe y se beneficie de ese mareo. Lo único que pretende es deshacerse de la novela genérica, aquella con planteamiento, nudo y desenlace (en ese orden, claro está), donde no quepan lugar a dudas y preguntas, pues todo queda al final bonito y completado de manera mecánica. Y por supuesto el lector pasivo no podría estar más contento -- todo está solucionado, no hay espacio para más. Aquí no: se trata de una obra no-redonda, incompleta, inacabada (pues su misma esencia así lo exige) y, cabría decir, inacabable (o interminable, dada la infinidad de distintas lectures a la que está abierta)
Rayuela está repleto de referencias literarias, musicales, artisticas, filosóficas y geográficas. Leerlo sin notas a pie de página es prácticamente imposible para entenderlo de manera considerable (se agradece, por tanto, la gran labor editorial de Cátedra). Por sus páginas se menciona a personajes tan variados como Kant, Mallarmé, Oscar Peterson, Charlie Parker, Jackson Pollock, Sonny Rollins, Kierkegaard, Heisenberg, Planck, Baudelaire, Flaubert, Wittgenstein... y un larguísimo etcétera de personajes que desconozco. Es una novela 'intelectual', pero no sólo (¡ni mucho menos!). Ante todo, Cortázar quiere desmenuzar, deshilachar (pero no destruir) el lenguaje, llevarlo a su máxima expresión, triturarlo y analizarlo, para lo cual se sirve de un sinfín de técnicas que no hacen sino dotar a la novela de un tinte épico: stream of consciousness, monólogo interior, empleo de diversos idiomas (español y sus variantes, inglés, francés), juegos de palabras y malabarismos sintáctico-ortográficos, estética jazzística en cuanto al ritmo, etc.
En fin, que no es una novela que se pueda 'terminar' propiamente. De hecho, al escribir estas líneas aún no lo he hecho, pero dudo de que una vez lo haga se quede en mi primera y única lectura. Escribo sobre diversos aspectos de la novela (si es que así se le puede llamar -- es claramente anti 'novelesca'), y se me ocurren tantos otros de los que hablar que corro el peligro de caer en un torbellino literario semejante al ya descrito. En suma, es un libro 'complejo', pero no tiene por qué ser complicado. Casi como la vida misma.
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