miércoles, 27 de abril de 2011

The Man Who Listened to Birds



Hace unos años, durante una de mis estancias veraniegas en Nueva York, caminaba solo por Central Park en una tarde gris. En medio de ese microcosmos natural iba yo tranquilamente, contemplando la naturaleza que parecía mantenerse impertérrita ante la metrópolis metálica e incansable que le rodeaba. Tenía los cascos del iPod puestos; escuchaba el ábum Marquee Moon del grupo Television, cuyo sonido refleja a la perfección la jungla urbana neoyorquina.

En algún momento paré a comprarme un perrito caliente por dólar y medio en un tenderete de esos, desde donde se veía la parte trasera del Guggenheim. Me senté en un banco, a mi alrededor una muchedumbre esparcida de gente variopinta: ciclistas que no conocían fatiga, turistas con cámaras colgando del cuello, madres con sus niños pequeños, algún que otro saxofonista solitario en un rincón. Seguí andando hasta adentrarme en alguna parte más recóndita del parque, cerca de uno de sus muchos lagos, donde apenas había gente.

De repente me ve un hombre y me para. Rondaría los cincuenta años. Su cara quedaba marcada por un rastro de afabilidad y experiencia. Vestía una camiseta y una gorra de los Yankees. Me quito los cascos. Sin preámbulos, me pregunta: "¿Sabes qué pájaro es ese?" Señala a escasos metros de mí, donde efectivamente, posado en una piedra, deambulaba un pájaro amarillado, con sombras de negro y blanco, lanzando una melodía ajeno a todo. "No tengo ni idea de pájaros", le contesté con una sonrisa. "Es una curruca", me dice de manera fáctica, con comprensión, "No se trata sólo de mirar, chico, tienes que escuchar". Boy, you gotta listen. Me quedé mirándole unos instantes, sin saber si comprendía bien o no. Sus palabras no fueron más. Le dediqué una sonrisa, y le dije que lo haría. Nos dimos la mano entre nice-to-meet-yous y demás y seguí a paso decidido por rutas indecisas, esta vez sin enchufarme los cascos, tratando de escuchar como él dispuso.

No sé por qué, pero siempre pensé que sus palabras derrochaban sabiduría. Aún sigo sin entender del todo su significado concreto, pero pienso que encerraban una moraleja algo incierta, pero verdadera después de todo. En cualquier caso me pareció una historia bonita que contar. Boy, you gotta listen. Escuchemos, entonces; no hacerlo equivale casi a ir con los ojos vendados.

2 comentarios:

  1. Una historia excelente, como tantas otras que has contado. De esas que me encantaría vivir... ¿Cómo logras tantos encuentros trascendentales? Quizá, en el fondo, es una cuestión de saber escuchar, saber mirar... no?

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  2. ¡Gracias por el comentario, Marcela! Y la verdad, no sé cómo me las arreglo, son cosas que me pasan y ya, pero me alegro de que me pasen.

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