Black Swan ha dado mucho que hablar, y con razón. No es una película fácil de digerir y, conforme pasa el tiempo, más y más pienso en ella. Huye de la descripción fácil y quizá no sea para todos los gustos, pero, en cualquier caso, se trata de una gran película. Se podrá hablar de sus raíces freudianas, de su estética de arte y ensayo y de su simbolismo recurrente; lo que importa es que de manera directa Black Swan aterra y sorprende.
A veces me recordó a mi película preferida: Persona, de Ingmar Bergman. En parte porque ambas comparten a dos protagonistas femeninas antagónicas y bellísimas (Portman y Mila Kunis aquí; Bibi Andersson y Liv Ulhman en aquella); las dos películas son profundamente psicológicas y abiertas; y porque en torno al final las identidades respectivas se confunden y se desdibujan -- no todo queda claro. Al mismo tiempo, las dos giran en torno a un elemento sexual subyacente, ambiguo y 'liberador' en cierto sentido.
Como eje central se encuentra la brillante actuación de Natalie Portman en el papel de Nina, ballerina en búsqueda de la perfección -- e inconsciente del riesgo que ello acarrea. Portman cautiva en todo momento, mediante una mezcla de ingenua fragilidad y neurosis de ojos abiertos de par en par. Su descenso a los infiernos -- artísticos y emocionales -- es totalmente convincente.
Darren Arronofsky, director de la película, combina destreza cinematográfica con audacia narrativa, recordando a veces a lo mejor de Kubrick. Black Swan es una película intensa y peculiar, melodramática e imbuida de terror psicológico. En último término, está llena de elementos extremos y a priori irreconciliables: se caracteriza en ocasiones por lo visceral de sus imágenes, pero también por su lirismo (la misma primera escena, por ejemplo; la caída final, etc), gracias a una fotografía y montaje vertiginosos. La última media hora, que nada tiene que envidiar a la peor de las pesadillas, culmina en un clímax digno de una tragedia griega: el destino de Nina parecía estar definido desde el principio de manera inevitable.
A veces me recordó a mi película preferida: Persona, de Ingmar Bergman. En parte porque ambas comparten a dos protagonistas femeninas antagónicas y bellísimas (Portman y Mila Kunis aquí; Bibi Andersson y Liv Ulhman en aquella); las dos películas son profundamente psicológicas y abiertas; y porque en torno al final las identidades respectivas se confunden y se desdibujan -- no todo queda claro. Al mismo tiempo, las dos giran en torno a un elemento sexual subyacente, ambiguo y 'liberador' en cierto sentido.
Como eje central se encuentra la brillante actuación de Natalie Portman en el papel de Nina, ballerina en búsqueda de la perfección -- e inconsciente del riesgo que ello acarrea. Portman cautiva en todo momento, mediante una mezcla de ingenua fragilidad y neurosis de ojos abiertos de par en par. Su descenso a los infiernos -- artísticos y emocionales -- es totalmente convincente.
Darren Arronofsky, director de la película, combina destreza cinematográfica con audacia narrativa, recordando a veces a lo mejor de Kubrick. Black Swan es una película intensa y peculiar, melodramática e imbuida de terror psicológico. En último término, está llena de elementos extremos y a priori irreconciliables: se caracteriza en ocasiones por lo visceral de sus imágenes, pero también por su lirismo (la misma primera escena, por ejemplo; la caída final, etc), gracias a una fotografía y montaje vertiginosos. La última media hora, que nada tiene que envidiar a la peor de las pesadillas, culmina en un clímax digno de una tragedia griega: el destino de Nina parecía estar definido desde el principio de manera inevitable.
No he visto la película, aunque tengo unas ganas terribles.
ResponderEliminarHa dado y dará mucho que hablar. Por lo que cuentas y he leído me recuerda a la película "Gia" de Angelina Jolie. Es del 98, pero recuerdo que cuando la vi quedé impactada. ¿La has visto? ¿Tienen que ver?
Un saludo!