jueves, 23 de septiembre de 2010

Broken Toe Blues



Llevaba esperando en la vía del tren unos diez minutos. Eran las once y media de la noche y la estación estaba vacía. De pronto, a mi derecha, se abrieron las puertas del ascensor, de donde salió un hombre negro, alto y corcovado, con un bolsa de plástico en la mano y canas en las barbas. Vestía harapos de chándal y caminaba con dejadez. Se sentó a mi lado en el banco.

“No sabes lo difícil que es caminar con los dedos de los pies rotos”, fue lo primero que dijo. Ante tan rotunda e inesperada afirmación, me quedé atónito. Eché la mirada hacia abajo y vi que calzaba unas zapatillas gastadas y andrajosas, con las puntas rotas. Por debajo sobresalía una maraña de vendas mal puestas. Le pregunté que por qué no iba a un hospital o algo. “No, si ya fui”, dijo con una sonrisa “y sólo me pusieron estas malditas vendas”. Le dije que vaya, que suerte con la recuperación, aun sin saber cuánto tiempo tardaría en curarse. “Para un hombre de mi edad, unos seis meses o así. Eso me dijeron”. Le dije que lo sentía. “Sabes, en realidad aparento ser más joven de lo que soy. Tengo sesenta años”. Le repliqué que sí, que de verdad parecía más joven. “Tengo un hijo de cuarenta años por ahí, aunque no sé dónde exactamente”.

Sus dedos aferraban un cigarro apagado como si de un rosario se tratara. “¿Tienes cerillas o algo?”. Le di mi mechero del 7-Eleven y se encendió el cigarrillo. Echó una bocanada de humo. “Bueno, ¿y tú de dónde eres?” Le expliqué que venía de España, pero que había vivido en Inglaterra unos años – de ahí ‘my funny accent’, como lo llamó. “Ajá, ¡así que eres un mentiroso! ¡Los engañas a todos!”, me dijo. Los dos nos reímos.

Entre chirridos y temblores y luces, llegó un tren. Se dirigía al Loop del centro de Chicago, pero no era el mío. El hombre se levantó pesadamente con un bufido. “Este es mi tren”. Nos dimos la mano. “Un placer haberte conocido”. Respondí que lo mismo. Pero el tren no se detuvo delante de nosotros, sino a unos extenuantes treinta metros. “Aw, mierda”, exclamó. Y con torpes pasos de pingüino herido se dirigió al vagón más cercano, agitando la bolsa de plástico y lanzando vociferios de dolor.

8 comentarios:

  1. No sé si es real, pero es muy bueno (igual sigues "mintiendo"). Me ha gustado mucho. Un saludo

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  2. Pablo, una buena historia bien contada. Han comenzado a dolerme los pies, no te digo más.

    Por cierto, he vuelto a los orígenes de la dirección del blog: pensaryconocer.blogspot.com

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  3. Has conseguido resumir muchas cosas en tan sólo tres párrafos. Y no es bueno, muy bueno, tan sólo por eso. Muy inglés el hecho de entrecomillar el díalogo. Es casi imposible que ese señor no exista, por muy mentiroso que puedas ser.
    un saludo

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  4. Gracias por los comentarios.

    Sólo digo que la historia sería mentira si no fuera totalmente verdadera. Un saludo.

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  5. Una de las cosas más geniales de los blogs, es como unos te llevan a otros. Del de Rafa y el de Raquel, he venido a caer aquí. ¡Muy bueno!

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  6. Muy buena historia. Lo que inevitablemente me pregunto después de leerla es si este encuentro hizo mella en el amigo y espero que sí. Pienso, ¿Qué fue de este hombre cuando continuó su camino?y lo mejor es que ¿Quién sabe?

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  7. Collect the experience in your personal library...it will come in handy in some small way one day.

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