martes, 1 de junio de 2010

El consuelo de la claridad intelectual



Recupero aquí un mini-ensayo escrito hace tiempo. Espero que os guste.

“La filosofía es el nombre de esa inevitable forma de enredo racional que es síntoma de nuestro pulso intelectual, pero, al mismo tiempo, es el nombre de nuestro afán, igualmente natural, de claridad intelectual que nos consuela en nuestras recurrentes crisis de confusión”.

Hay un momento en La comedia humana de William Saroyan en que su protagonista, Homer Macauley, expresa con inusitada precisión una de las tendencias más inacabables del ser humano: el apetito por saber. “Tal vez nadie sepa nunca nada. Si alguien fuera a saberlo, sin embargo, quisiera ser yo. Quiero saber, y siempre querré, y supongo que nunca dejaré de intentarlo, pero ¿cómo se puede saber? ¿Cómo puede un hombre entender las cosas de forma que todo tenga sentido?”

He aquí una de las inquietudes que más traumatizan al ser humano, que quiere saberlo todo. Inconformista por definición, se siente compelido por el saber de manera inexorable, siendo así el protagonista de su propia tragedia: nunca llegará a abarcar todo lo que pretende, es decir, lo inabarcable.

Por supuesto que nunca lo entenderemos todo. De todos modos, la gracia del asunto, según me parece, reside en que el hombre siempre puede conocer más. El hombre tiene sed de conocimiento precisamente porque nunca podrá satisfacerla. Es como un tumor que a medida que se cura se expande por otras zonas, abriendo lagunas nuevas que suplican ser colmadas ipso facto. Al fin y al cabo, como dijo Wittgenstein, “El filósofo trata una pregunta como una enfermedad”. Sin embargo, conforme responde a la pregunta, cura parte de la enfermedad, pero ésta se propaga inevitablemente, suscitando así otras preguntas. A decir verdad, sería horrendamente aburrido el saberlo todo, pues no nos quedaría nada por saber y, por lo tanto, nada nos sorprendería.

Tendemos a aquello que no podemos alcanzar por el mero hecho de que no podemos alcanzarlo. Y normalmente somos conscientes de ello. O no. Pero eso no importa; lo vital es que tal propósito no nos desanime y que, con perseverancia y una voluntad férrea, insistamos. El ansia por saber nos lleva a conocer, cuya consecuencia lógica es el darse cuenta de lo poco que conocemos y lo mucho que desconocemos. De manera que, cuanto más sepamos, mayor conciencia tendremos de los inagotables conocimientos que nos restan por adquirir, lo cual es algo grandioso y, por otro lado, terrible. La naturaleza fallida e incompleta del hombre hace palpitar en lo más hondo de su ser una obligación que necesariamente ha de cumplir: el forjarse una claridad intelectual. A fin de cuentas, el hombre que no lucha por saber no es hombre.

De nada sirve decir: “Voy a dejar de pensar” si en verdad nunca se ha hecho tal cosa – uno no puede descansar si nunca se ha cansado. Y, al mismo tiempo, aquél que se dedica a pensar no puede desistir voluntariamente de sus tareas. Hacer filosofía supone llevar a cabo un agotamiento intelectual, por lo que la deuda que el hombre tiene con el saber siempre está pendiente, se perpetúa.

En último término, la tragedia del hombre contemporáneo es el incumplimiento de lo expuesto que, a fin de cuentas, no deja de ser una visión teórica un tanto idealista. Con cada vez más frecuencia, debido a la inaudita hipertrofia de distracciones en su entorno, el hombre se conforma con lo que ve y consume, sin advertir siquiera que su mayor facultad es la de poder preguntarse el por qué de las cosas. Ya dijo Chesterton que “Un hombre que siempre ha pensado no puede obligarse a dejar de pensar”. Sin embargo, el problema reside en que, paulatinamente, el hombre está dejando de pensar, recluyéndose en un ensimismamiento obsesivo y enfermizo, en el cual todo lo irrelevante a su propio bienestar le es indiferente. En otras palabras, oscurece lo que le hace brillar. Así, si nunca ha pensado puede obligarse, aun inconscientemente, a no pensar en lo que le queda de vida. Y eso es, sin lugar a dudas, algo tremebundo y desamparador. ¿De verdad puede alguien vivir, de la cuna al sepulcro, sin parar y reflexionar durante unos instantes? Grosso modo puede resultar un tanto fatalista, pero la respuesta afirmativa, en los tiempos que vivimos, no me parecería en modo alguno tan ajena a la realidad.

Estoy en desacuerdo con Wittgenstein cuando estima que “La filosofía desata los nudos de nuestro pensamiento”. Al contrario, si los hemos “liado de manera absurda” será por algún motivo concreto. El que tenga nudos en su pensamiento está cumpliendo su misión. En otras palabras, el que no filosofa ni piensa no puede liar los nudos de su pensamiento porque ni siquiera tiene nudos con que hacerlo. Es indiferente si algún día se llega a desatarlos por completo, algo irrealizable ya de por sí, pues el mero hecho de intentarlo vale la pena. Así, la claridad intelectual nunca será absoluta, pero conforme se vaya esclareciendo nuestro intelecto mayor capacidad tendremos para salir aireados de nuestras crisis de confusión. De todas formas, estar confuso no es algo necesariamente malo, sino que, a veces, es señal de que en ocasiones podemos llegar a pensar demasiado.

En suma, no es tanto el bien del saber sino el valor de salir a su encuentro lo que cautiva al hombre, que aspira a todo sabiendo que únicamente llegará a conocer una insignificante parte de lo que quiere. Y es que la grandeza del hombre reside en su pequeñez, a pesar de la cual, conociéndola y admitiéndola con humildad, verdaderamente cree que algún día podrá llegar a ser grande. Para emprender tan ardua tarea es importante no subestimar el papel clave que desempeña la claridad intelectual, que nos ilumina el camino.

1 comentario:

  1. We tend to want what we can’t have: understanding, nice cakes, whatever. Ok this is how I think of this… it’s like when we come across these exemplary sugarcoated gorgeous cakes, the ones they show in windows, the ones we can’t deny catching a glimpse at while we pass by. When we enter the store and that poignant smell pierces our nostrils and stomach and hearts, ohh boy. We sure wanna know what the hell is going on! And when you actually get to cook, you wanna MAKE that cake, and you definetely need a recipe and stuff if you want to hold it together…but (oh yes, BUT!)… there’s also a thing about spontaneity and cooking without knowing exactly what the bananas you’re doing (and flour fights!) that satisfies the human soul too. I’m not saying is what we should always refer too, no no no for if that happened we would all end up with a great big tummy ache (and a great big tummy), but sometimes it’s just good to let go. Let your head stop the questioning on how much centigrams of flour are there, or how many milliliters of vanilla are enough (answer to that: NEVER ENOUGH)…. However, by doing so you must have it clear that whatever you let yourself fall to will have consequences, that it will give way to other things and that it will have your name on it. It’s also kind of like bungee-jumping. You let yourself go, ‘cause you need the adrenaline and all and it’s fun to yell your heart out, but there’s always a cable that keeps you attached to the bridge-and to life. We will all have times when our feelings and emotions are the ones “in control” (cause it’s almost its opposite), and that makes us both human and more alive.

    To do “the most idiotic things out of bravado” (to quote Woolf)… that’s life too.

    Anyways.. for all it’s worth, I leave you too with a quote a friend just sent me, oh coincidence!, about this:
    "The important thing is not to stop questioning. Curiosity has it's own for existing. One cannot help but be in awe when he contemplates the mysteries of eternity, of life, of the marvelous structure of reality. It is enough if one tries merely to comprehend a little of this mystery every day. Never lose a holy curiosity." Albert Einstein

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