lunes, 28 de junio de 2010

En el café Van Gogh



El autobús no salía hasta pasado una hora, con lo que me fui al Café Van Gogh para hacer tiempo. Está en pleno corazón de Moncloa y siempre me ha gustado el sitio. Me senté en una de las mesas de fumadores y me puse a leer uno de los libros que me compré esa tarde. (Let the Great World Spin, de Collum McCann). Sí, todo tan típicamente bohemio.

A la mitad del café con leche se sentó a mi derecha un grupo de cuatro: una mujer y tres hombres. El más cercano a mí era un hombre grande y gordinflón moreno, elegantemente vestido de negro y con zapatos puntiagudos y relucientes. Al sentarse noté cómo entre sus brazos se aferraba a un estuche de instrumento que, me di cuenta, resultó ser un cello. A su izquierda había un hombre mayor y canoso, con una sonrisa afable y un más que considerable parecido a Dustin Hoffman. Delante de ellos dos, el hombre y la mujer restantes, en los que apenas me fijé.

Seguía inmiscuido en mi libro, pero la conversación que se dio entre los cuatro no pude evitar escuchar. El hombre de negro, de Cuba, era el que tomaba los mandos. Hablaba con un entusiasmo sin parangón sobre el milagro de la música. Para él, la verdadera libertad estaba en aquellos preciosos momentos en que él cogía su instrumento y se ponía a tocar. Habló sin parar sobre la ópera, sobre cómo podría estar toda su vida haciendo lo mismo y ser feliz, sobre la diferencias sonoras entre un violín y un cello. Lo que más me impresionó fue ese frenesí suyo, esa emoción incontenible e inconcebible que surgía en él al hablar de la música. Verdaderamente, fue un encuentro trascendente. Los otros tres se limitaban a intervenciones puntuales, hablando sobre tal concierto o Plácido Domingo, pero sobre todo a sonreír. Era un hombre tan exaltado por lo que hacía que oírle hablar sobre ello era una delicia. Mientras lo hacía, fumaba sus Dunhill con una parsimonia envidiable.

Poco después, cuando creía que no podía mejorar el tema, apareció del fondo del bar un hombre con gafas, medio calvo, con pelo largo y gris y bigote. Se abrazó con el cellista cubano efusivamente, entre risas. Tenía una voz increíble, adulzada pero portentosa. Se autodescribía como 'anarquista' y dijo cosas como 'En esta vida es imposible que uno sea coherente consigo mismo'. Parece que era un cantante, aunque no sé de qué tipo, ya que comentó 'Hoy en día canto donde sea, allá donde me quieran y donde me dé la gana'. Su personalidad era demasiado atrayente, era algo así (según pude percibir) como un solitario antisistema que se dedicaba, de nuevo, a la música con todo su fervor. Y eso era lo único que le importaba, su única razón de ser. Era venezolano y, como el cubano, fue muy crítico con la situación de su país. Aun así, dijo, 'La libertad está en nosotros, está en todas partes'.

Cosas como estas siempre me dejan marcado -- para bien, por supuesto. Ante todo, me dan mucho que pensar. Toda esa gente, ahí fuera, tan característica e increíble y apasionada que no conocemos. O que creemos haber conocido, de algún modo, aunque sea entre las líneas de un libro y casi sin que ellos se den cuenta.

sábado, 26 de junio de 2010

Derecho y sentido común



Estoy leyendo Derecho y sentido común, del maestro jurista Álvaro d'Ors, que tanto me enseñó con su notorio manual de Derecho Romano. Se trata de un librito de apenas 200 páginas . Consiste en 'siete lecciones de derecho natural como límite del derecho positivo'. Es un libro relevante, porque hoy en día parece que el sentido común, efectivamente, es el menos común de los sentidos, y no sólo en cuanto a la ciencia jurídica se refiere. "Basta para un jurista", dice el autor "ver sencillamente las cosas como son". Evitemos, pues, complicaciones innecesarias y vayamos al meollo del asunto, ¿no?. Es más complejo de lo que parece, por lo visto -- pero no tiene por qué serlo.

El sentido común es (o debería ser) la base esencial de cualquier mente jurista; pero no existe un derecho al sentido común, sino que parece, en la actualidad, que se trata más bien de un privilegio. Y es una pena porque da la sensación de que quienes gobiernan carecen del mínimo. Por tanto, sin la base del sentido común lo único que se consigue no es una justicia ciega, sino una justicia tuerta, que sólo mira para un lado, allá donde le conviene, ajena a lo verdaderamente justo, atendiendo antes a intereses privados que al bien común universal.

Esta carencia de sentido común queda plasmada en diversas vertientes del mundo jurídico, dando lugar a errores lamentables de a veces difícil reparación. Por ejemplo, ¿cuándo se darán cuenta 'los de arriba' de que igualdad no supone tratar de la misma manera a todos? Los artífices de esta nueva 'igualdad', tan moderna y progre, no caen en que igualdad no es dar a cada uno lo mismo, sino a cada uno lo suyo. Por otra parte, el infame Ministerio de la Igualdad no es más que una creación inútil y simiesca -- al fin y al cabo, la Constitución en su artículo 14 da un respaldo más que notable al impulso de esta igualdad efectiva. Sin embargo, cuanto más se empeñan en desarrollar esta supuesta igualdad, con su acción positiva y demás, más ahondan en una discriminación silenciosa pero igualmente dañina. Tratar desigualmente a los desiguales tambíen es una manifestación de la igualdad, pero no: ¡igualdad para todos, en la misma medida!

Problemas de esta índole tienen su raíz en, así es, el conflicto jurídico eterno: el derecho natural vs. derecho positivo. El olvido de lo natural trae consigo una frivolización de todo lo demás, y por ello con frecuencia parece que somos personas no porque forme parte de nuestra naturaleza intrínseca, sino porque las leyes y los convenios de derechos humanos así lo dictan. Antes que reconocer lo que somos inherentemente, las leyes codificadas parecen hacernos lo que somos: otorgan en vez de declarar, y así no son las cosas. Toda ley es justa y cierta por el mero hecho de ser ley, entonces, y no por su correspondiente participación de lo natural. O al menos eso es lo que nos quieren hacer pensar.

D'Ors parte de una definición de Graciano para describir el Derecho Natural. Lo importante es que esté cimentado en la Verdad (con mayúscula, que conste), que es, a fin de cuentas, fundamento del sentido común, el cual debe siempre ajustarse a ella. Este es el problema de nuestro tiempo y el origen de la espeluznante crisis de valores que a todos nos afecta -- la crisis económica, por así decirlo, es lo de menos. No es sino una de las muchas manifestaciones de la rampante pérdida de valores.

Quizá por eso el sentido común esté tan abandonado: porque sin un apoyo claro y objetivo, sin un punto de referencia fijo, ¿en qué se fundamenta uno para ejercer según éste? Así, lo anormal se convierte en lo normal, y la excepción en la regla. ¿En qué nos fijaremos entonces?

viernes, 18 de junio de 2010

Argumentum Ornithologicum



“Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.”

miércoles, 16 de junio de 2010

Fleeting Thoughts



En un café de Madrid cerca de Sol:

Time is as time insistingly stands
Like an eternal and insulting mystery
That will hopefully soon cease to be
When I mutilate the clock's cruel hands

jueves, 10 de junio de 2010

Escritura Automática (III)



Antiguo ejercicio entre Philip Muller y yo:

El viejo movía los hilos de sus ahijadas, las marionetas tuertas tostadas al sol. Cayó el telón sobre el mar de acero y el público infantil enmudeció ante tanta agua y sal. El reloj mutilado indicaba que se acercaba un hombre gris con su bastón de marfil y risa bonachona. Los niños se acercaron a comprar esperanza y golosinas. Sin embargo, en su maleta sólo tenía plumas de cuervo y esparto. Al instante se sintieron como si tuvieran un hacha en la espalda, una de esas que no corta pero que pica mucho. Tantas expectativas e ilusiones no dieron buen resultado, aunque el viejo hizo su agosto con sus sandalias de fuego. Todos los días veía la misma expresión en la cara de los niños sin borrador. La misma jota, caballo y rey sacados de la manga comunista. Los niños son así.

Poco pudo hacer el inquilino platónico al ver semejante despropicio. Las lejanas ideas de barro aún poblaban su tórrida calva y tomaban el sol desde ella. Pero sus inmundos vociferios hicieron que la puerta se cerrase a cal y canto.

Algo es algo.

miércoles, 9 de junio de 2010

Mama, You Been In My Dreams



¿Alguna vez habéis soñado con alguna canción? Yo sí. No fue hace mucho. De hecho fue en una de esas largas y pesadas siestas, aquellas cuyo despertar sacan lo peor de ti. El caso: el sueño en sí fue bastante raro. Onírico, y algo inquietante. Estaba yo en un espacio desierto, de colores marrones, solitario. Un horizonte de cartón se alargaba hasta el infinito. Atardecía: una luz moribunda, de un curioso naranja espeso. Parecía un cuadro de De Chirico: como si todo el mundo se hubiese ido a dormir y yo fuera el único ahí. Sombras, etc.

Entre todo este paisaje irreal, en medio de la nada, se erguía un bloque de pisos, alto y gris. Parecía abandonado. Digo 'parecía', porque de una de las ventanas, en lo más alto, se colaba una melodía familiar, como si alguien hubiese puesto la radio.

La canción me sonaba: un rasgueo de guitarra acústica, acompañada de una voz engañosamente joven, nasal, que cantaba sobre un amor pasado. Un solo de armónica agridulce a medio camino. El cantante se acordaba de esa chica: no le guardaba rencor, ni seguía enamorado de ella -- ni mucho menos. El cantante simplemente quería transmitirle que en un determinado momento se había acordado de ella. Sólo eso. Sin más. El por qué no le quedaba claro del todo ("Perhaps it’s the color of the sun cut flat / An’ cov’rin’ the crossroads I’m standing at / Or maybe it’s the weather or something like that / But mama, you been on my mind"). Pero, independientemente de los posibles motivos, le hacía gracia, de algún modo, haberse acordado de esa chica olvidada hace tiempo. No le pide nada, ya le da igual lo que pueda estar haciendo ella ("It don’t even matter to me where you’re wakin’ up tomorrow"). Sólo quiere que ella sepa que se ha acordado de ella. Un pensamiento fugaz, quizá. Y ya.

La canción en cuestión es 'Mama, You Been On My Mind', de Bob Dylan. El que aparezca en mis sueños puede ser un claro indicador de mi obsesión con su música. Pero en fin; resulta que era una de sus canciones que menos había escuchado. Ahora ya no, por supuesto. Desde que apareció en mi sueño la he redescubierto y verdaderamente es una gran canción, preciosa y tierna.

No sé por qué escribo sobre esto.

lunes, 7 de junio de 2010

Satie - Lere Gymnopedie


Corta, pero excelente para pensar y pensar maximizando pero con naturalidad.



It's 5:00 am... have I written a sonnet?






Suddenly you're there, retorting yourself;
About black and white, about square and round;
Why mister fast? Stop it! It's almost twelve!
And sighs and whispers and yet nothing found.
Go ahead, fighting stubborn as you please;
Foolish to play, a dark ocean plus waves;
Fold I beg, please just stop all the mind tease;
Polish, create, the dark ocean now sways;
Now peace and quiet, the room is still dark;
An awkward sentiment brings trembling chills;
Not willing to face the truth, what you lack;
Your'e afraid of everything, how it'll feel;
Light is the truth so let the sun reveal;
Enliven your soul, embrace what is real.


Taking Drugs To Make Music To Take Drugs To



La relación entre música y drogas es harto conocida. En la counterculture hippie de los 60 era casi imposible no caer en ello. Parece que todo el mundo lo hizo: The Beatles, The Rolling Stones, Led Zeppelin, Bob Dylan, David Bowie, Jimi Hendrix, The Who y un largo etcétera. Algunos salieron perjudicados; otros siguen a sus anchas hoy en día. Sin embargo, es evidente que la máxima beneficiada fue la música resultante de la influencia de las drogas -- ya fuera marijuana, LSD, heroína, cocaína --, y que en algunos aspectos dicha música habría sido imposible sin la presencia constante de éstas. Hasta qué punto es esto criticable ('Las drogas son malas, etc') e incluso válido (¿Debe un artista siempre crear estando en pleno uso de sus facultades?), es un tema muy debatible. En cualquier caso, es curioso ver cómo gran parte de estos músicos alcanzaron la cumbre cuando más metidos estaban en el mundo de las drogas.

Toda esa música rompedora y revolucionaria de los 60, desde el folk y el rock rebelde hasta la psicodelia más ácida y halucinógena, ¿habría sido la misma sin las drogas?

Para mí, la canción definitiva sobre la drogradicción es 'Heroin', de The Velvet Underground & Nico. Ante todo porque, aun siendo una oda de 7 minutos a la droga en cuestión, resulta escalofriante en su retrato del lado más terrible y oscuro de las drogas (Heroin, be the death of me /Heroin, it's my wife and it's my life). 'Heroin' empieza de manera lenta, mientras Lou Reed toca dos simples acordes en la guitarra -- "When I'm rushing on my run / And I feel just like Jesus' son" --, construyendo lentamente un crescendo donde queda claro la derrota y el abandono de Reed frente a un problema que él mismo reconoce que tiene, pero que no puede evitar. La canción culmina en un noise freakout con guitarras agresivas, percusión tribal y una viola maníaca, inquietante, que no para -- y entre todo esto torbellino ruidoso de placer y sufrimiento autoinfligido Reed agradece el estado de inconsciencia que le produce la heroína, el estar ajeno a todo lo que le rodea ("And thank God that I just don't care /And I guess I just don't know").

El comediante americano Bill Hicks dijo una vez: "You see, I think drugs have done some good things for us. I really do. And if you don't believe drugs have done good things for us, do me a favor. Go home tonight. Take all your albums, all your tapes and all your CDs and burn them. 'Cause you know what, the musicians that made all that great music that's enhanced your lives throughout the years were real fucking high on drugs. The Beatles were so fucking high they let Ringo sing a few tunes."

Razón no le faltaba, en cierto modo. Y es que hay grandes canciones de todo tipo sobre drogas (la música pop, a fin de cuentas, sólo tiene tres temas principales: drogas, amor y dinero, como dicen muchos). Algunas de estas canciones son auténticos himnos que no hacen sino idolatrar las drogas ('Legalize It' de Peter Tosh; 'I Wanna Be Sedated', de The Ramones; 'Sweet Leaf' de Black Sabbath); otras tantas narran el vacío vital que provocan ('Sister Morphine' de los Rolling; 'Needle of Death', de Bert Jansch; 'The Drugs Don't Work', de The Verve).

En resumen, la droga y la música siempre han sido amigas íntimas; para el detrimento de los que las consumen, quizá, pero en gran parte para deleite de los oyentes.

Songs About Drugs en Spotify


viernes, 4 de junio de 2010

El desencantado del décimo piso



...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

-- GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Sur l'astéroide B 612

martes, 1 de junio de 2010

El consuelo de la claridad intelectual



Recupero aquí un mini-ensayo escrito hace tiempo. Espero que os guste.

“La filosofía es el nombre de esa inevitable forma de enredo racional que es síntoma de nuestro pulso intelectual, pero, al mismo tiempo, es el nombre de nuestro afán, igualmente natural, de claridad intelectual que nos consuela en nuestras recurrentes crisis de confusión”.

Hay un momento en La comedia humana de William Saroyan en que su protagonista, Homer Macauley, expresa con inusitada precisión una de las tendencias más inacabables del ser humano: el apetito por saber. “Tal vez nadie sepa nunca nada. Si alguien fuera a saberlo, sin embargo, quisiera ser yo. Quiero saber, y siempre querré, y supongo que nunca dejaré de intentarlo, pero ¿cómo se puede saber? ¿Cómo puede un hombre entender las cosas de forma que todo tenga sentido?”

He aquí una de las inquietudes que más traumatizan al ser humano, que quiere saberlo todo. Inconformista por definición, se siente compelido por el saber de manera inexorable, siendo así el protagonista de su propia tragedia: nunca llegará a abarcar todo lo que pretende, es decir, lo inabarcable.

Por supuesto que nunca lo entenderemos todo. De todos modos, la gracia del asunto, según me parece, reside en que el hombre siempre puede conocer más. El hombre tiene sed de conocimiento precisamente porque nunca podrá satisfacerla. Es como un tumor que a medida que se cura se expande por otras zonas, abriendo lagunas nuevas que suplican ser colmadas ipso facto. Al fin y al cabo, como dijo Wittgenstein, “El filósofo trata una pregunta como una enfermedad”. Sin embargo, conforme responde a la pregunta, cura parte de la enfermedad, pero ésta se propaga inevitablemente, suscitando así otras preguntas. A decir verdad, sería horrendamente aburrido el saberlo todo, pues no nos quedaría nada por saber y, por lo tanto, nada nos sorprendería.

Tendemos a aquello que no podemos alcanzar por el mero hecho de que no podemos alcanzarlo. Y normalmente somos conscientes de ello. O no. Pero eso no importa; lo vital es que tal propósito no nos desanime y que, con perseverancia y una voluntad férrea, insistamos. El ansia por saber nos lleva a conocer, cuya consecuencia lógica es el darse cuenta de lo poco que conocemos y lo mucho que desconocemos. De manera que, cuanto más sepamos, mayor conciencia tendremos de los inagotables conocimientos que nos restan por adquirir, lo cual es algo grandioso y, por otro lado, terrible. La naturaleza fallida e incompleta del hombre hace palpitar en lo más hondo de su ser una obligación que necesariamente ha de cumplir: el forjarse una claridad intelectual. A fin de cuentas, el hombre que no lucha por saber no es hombre.

De nada sirve decir: “Voy a dejar de pensar” si en verdad nunca se ha hecho tal cosa – uno no puede descansar si nunca se ha cansado. Y, al mismo tiempo, aquél que se dedica a pensar no puede desistir voluntariamente de sus tareas. Hacer filosofía supone llevar a cabo un agotamiento intelectual, por lo que la deuda que el hombre tiene con el saber siempre está pendiente, se perpetúa.

En último término, la tragedia del hombre contemporáneo es el incumplimiento de lo expuesto que, a fin de cuentas, no deja de ser una visión teórica un tanto idealista. Con cada vez más frecuencia, debido a la inaudita hipertrofia de distracciones en su entorno, el hombre se conforma con lo que ve y consume, sin advertir siquiera que su mayor facultad es la de poder preguntarse el por qué de las cosas. Ya dijo Chesterton que “Un hombre que siempre ha pensado no puede obligarse a dejar de pensar”. Sin embargo, el problema reside en que, paulatinamente, el hombre está dejando de pensar, recluyéndose en un ensimismamiento obsesivo y enfermizo, en el cual todo lo irrelevante a su propio bienestar le es indiferente. En otras palabras, oscurece lo que le hace brillar. Así, si nunca ha pensado puede obligarse, aun inconscientemente, a no pensar en lo que le queda de vida. Y eso es, sin lugar a dudas, algo tremebundo y desamparador. ¿De verdad puede alguien vivir, de la cuna al sepulcro, sin parar y reflexionar durante unos instantes? Grosso modo puede resultar un tanto fatalista, pero la respuesta afirmativa, en los tiempos que vivimos, no me parecería en modo alguno tan ajena a la realidad.

Estoy en desacuerdo con Wittgenstein cuando estima que “La filosofía desata los nudos de nuestro pensamiento”. Al contrario, si los hemos “liado de manera absurda” será por algún motivo concreto. El que tenga nudos en su pensamiento está cumpliendo su misión. En otras palabras, el que no filosofa ni piensa no puede liar los nudos de su pensamiento porque ni siquiera tiene nudos con que hacerlo. Es indiferente si algún día se llega a desatarlos por completo, algo irrealizable ya de por sí, pues el mero hecho de intentarlo vale la pena. Así, la claridad intelectual nunca será absoluta, pero conforme se vaya esclareciendo nuestro intelecto mayor capacidad tendremos para salir aireados de nuestras crisis de confusión. De todas formas, estar confuso no es algo necesariamente malo, sino que, a veces, es señal de que en ocasiones podemos llegar a pensar demasiado.

En suma, no es tanto el bien del saber sino el valor de salir a su encuentro lo que cautiva al hombre, que aspira a todo sabiendo que únicamente llegará a conocer una insignificante parte de lo que quiere. Y es que la grandeza del hombre reside en su pequeñez, a pesar de la cual, conociéndola y admitiéndola con humildad, verdaderamente cree que algún día podrá llegar a ser grande. Para emprender tan ardua tarea es importante no subestimar el papel clave que desempeña la claridad intelectual, que nos ilumina el camino.