jueves, 20 de mayo de 2010

Escritura Automática (II)




De nuevo, en colaboración con Philip Muller, he aquí otra entrega de nuestros 'cadáveres exquisitos'.

Lo onírico, lo inquietante y lo irreal pueblan nuestras pequeñas obras, que esperamos os desconcierten sobremanera:

(i)

La agenda negra sobre la mesa, repleta de secretos y mentiras, traiciones y leyendas, puso fin a la vida de su autor con un bostezo tranquilo y pausado. ¿Dónde estaba ella cuando ocurrió todo esto? ¿Entre las líneas de una conversación sin habla? ¿Enredada en un sinfín de confeti y espantapájaros?

Los buitres blancos no se dejan asustar y quizás por eso ella se atrevió a dar la cara unos días después. Mostrar el alma sin aliento ni carne no es fácil: los dientes chirrían como una locomotora oxidada al tiempo que las manos crujen y el mercado se derrumba.

Su fulminante deseo de víbora acabó con un deseo callado, decrépito y reprimido. El autor se vio olbigado a reproducirlo en las inmaculadas páginas de su agenda. Negro sobre blanco, los buitres se marcharon volando -- pero los sentimientos de basura y barro ya se habían escrito con la tinta irreversible del boli mortal.

(ii)

El humo es peligroso. Tu corazón de tiza es peligroso. Y las mejillas de algodón son peligrosas. Porque no dejan respirar.

Paralizado me dejas con tus estupideces. Mis amigas azules y rojas tampoco te entienden. Eres un caleidoscopio de virutas y copos de nieve, sin entrega ni martillo. Te desmoronas mientras todos canturrean '¡Victoria!', dando vueltas alrededor de la montaña de remolacha, donde proliferan suspiros de laboratorio. El desodorante explotó mientras yacías de espaldas al espejo de azulejos mozárabes. Entonces volvieron las águilas, con sus andares pretenciosos y picos afilados.

Se nota que estamos fríos. El tiempo corroe las entrañas, como las universidades alemanas de Italia las cabezas. Y, por mucho que nos pese, nos cuesta admitir nuestro abandono.


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