Así, el tiempo, cuyas notas esenciales son la inexorabilidad y la irreversibilidad, juega un papel clave en este ámbito. Cierto es que el tiempo pasa igual, ya se aburra o entretenga uno -- pero es que la vida no es una cuestión de mero divertimiento, sino que para su óptimo aprovechamiento hemos de emplear el factor tiempo del modo posible. Y esto se logra haciendo, sin esperar de brazos cruzados a que pase algo, sino al contrario; logrando nosotros que ese 'algo' efectivamente acontezca, independientemente de lo que sea. Se trata en último termino de actuar y de anticipar nuestras actuaciones; no podemos dejar que el tiempo actúe por nosotros, supliendo nuestra pasividad. Lo debido es anticipar lo próximo que haremos mientras simultáneamente hacemos algo inmediatamente precedente. Uno no puede estar parado -- el futuro es hoy, no mañana.
La filosofía de la anticipación considera al individuo ante todo como alguien que puede mejorar los factores de su entorno a su antojo. Eso sí, no se valoran las actuaciones meramente arbitrarias, sino sólo aquellas que traigan como consecuencia el bien. Anticipar en sí es bueno en la medida en que lo anticipado también lo sea; aun así, no debe considerarse un fin en sí mismo, dado que la anticipación sin su correspondiente realización posterior de nada sirve: es un sinsentido absoluto.
Por tanto, es fundamental disitinguir tres estadios: primero, el estadio quietista, esto es, aquél en el que en vez de anticipar se espera, reinando así tanto la incertidumbre (pues no se conoce lo que va a ocurrir, o lo que se espera que ocurra), y la inseguridad, dando lugar a una pésima inactividad, donde es el tiempo el que consume al individuo, y no a la inversa; en segundo lugar, el estadio anticipativo, en el que el individuo anticipa cosas que luego efecitvamente hace, aprovecha el tiempo al darse cuenta de las restricciones que frecuentemente le oprimen y emplea dichas adversidades para invertir los papeles y convertirse en dueño de sí mismo.
Por último, el estado trascendental, donde ya nada se anticipa -- porque no queda nada por hacer. En efecto, en la eternidad, presente sin futuro, todo está ya hecho. Obviamente, llegar a tal estado no está al alcance de todos, y muchos, en efecto, dudan de él; unos pueden aplicar la filosofía de la anticipación como pretensión para llegar al tercer estadio; y otros precisamente porque creen que tal estadio es inviable. Independientemente de la verdadera motivación del individuo, ambas causas quedan justificadas -- el tercer estadio, al fin y al cabo, no está en nuestras manos del todo, por mucho que nos pese.
La filosofía de la anticipación considera al individuo ante todo como alguien que puede mejorar los factores de su entorno a su antojo. Eso sí, no se valoran las actuaciones meramente arbitrarias, sino sólo aquellas que traigan como consecuencia el bien. Anticipar en sí es bueno en la medida en que lo anticipado también lo sea; aun así, no debe considerarse un fin en sí mismo, dado que la anticipación sin su correspondiente realización posterior de nada sirve: es un sinsentido absoluto.
Por tanto, es fundamental disitinguir tres estadios: primero, el estadio quietista, esto es, aquél en el que en vez de anticipar se espera, reinando así tanto la incertidumbre (pues no se conoce lo que va a ocurrir, o lo que se espera que ocurra), y la inseguridad, dando lugar a una pésima inactividad, donde es el tiempo el que consume al individuo, y no a la inversa; en segundo lugar, el estadio anticipativo, en el que el individuo anticipa cosas que luego efecitvamente hace, aprovecha el tiempo al darse cuenta de las restricciones que frecuentemente le oprimen y emplea dichas adversidades para invertir los papeles y convertirse en dueño de sí mismo.
Por último, el estado trascendental, donde ya nada se anticipa -- porque no queda nada por hacer. En efecto, en la eternidad, presente sin futuro, todo está ya hecho. Obviamente, llegar a tal estado no está al alcance de todos, y muchos, en efecto, dudan de él; unos pueden aplicar la filosofía de la anticipación como pretensión para llegar al tercer estadio; y otros precisamente porque creen que tal estadio es inviable. Independientemente de la verdadera motivación del individuo, ambas causas quedan justificadas -- el tercer estadio, al fin y al cabo, no está en nuestras manos del todo, por mucho que nos pese.
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