"Digo a los jóvenes: buscad un poco, las vais a encontrar. La peor de las actitudes es la indiferencia, decir: yo no puedo hacer nada, a mí ya me va bien. Comportándoos así perdéis uno de los elementos esenciales que nos hacen humanos: la facultad de indignación y de compromiso que es su consecuencia".
Parece mentira. Un anciano de 93 años que encamina a la juventud de nuestros días mediante un llamamiento a la revolución. Eso sí: la revolución de la no-violencia, como él dice. Stéphane Hessel, veterano de la Resistencia francesa y miembro redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, ha sido protagonista del último éxito editorial en Francia. Bajo el llamativo título de Indignaos ('Indignez-vous'), su panfleto, de treinta y pocas páginas, ha vendido más de un millón y medio de copias.
El libro llegó a España hace unas pocas semanas, gracias a la editorial Destino. En él, Hessel nos anima a combatir la mediocridad imperante y el aburguesamiento que nos rodea, bajo el razonamiento de que siempre hay motivos por los que indignarse -- hoy más que nunca --, y que hay que luchar para cambiarlos. Escribe, citando a Sartre, que el hombre es responsable en cuanto individuo. Nos hemos sumido en tal modorra pasiva que ya es difícil siquiera mover un dedo para luchar por lo que creemos injusto. Y motivos, en teoría, nos deberían sobrar. El manifiesto particular de Hessel es a la vez denuncia y propuesta, ‘un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica’ y, si bien lo que dice no es especialmente novedoso o profundo (peca, quizá, de brevedad y generalidad), leerlo me ha hecho recordar que antes la gente de verdad se esforzaba por algo. Qué fuera ese ‘algo’ es lo de menos; lo peor es que hoy nadie hace nada por nada. Porque claro, a veces resulta ser lo más cómodo en estos tiempos tan modernos e hiper-globalizados en que vivimos, donde el enemigo se caracteriza por su invisibilidad o bondad aparente .
Me alegra ver el éxito que ha tenido Hessel, no tanto por el contenido sino más bien por la idea, el concepto en sí. Hacía falta que alguien nos impulsase a no conformarnos a la mínima, a luchar con criterio y a usar la palabra antes que la violencia. Se ve que las revoluciones, al fin y al cabo, no entienden de edades.