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viernes, 8 de octubre de 2010

La importancia de los clásicos



En tiempos de penuria o indecisión intelectual, muchas veces la única escapatoria parece residir en los clásicos. No sé dónde lo leí o quién me lo dijo, pero aquella persona o personaje decía que únicamente leía libros de autores fallecidos. Lo que inicialmente puede parecer una declaración propia de un snob sin escrúpulos tiene también su sentido: a fin de cuentas, es una gran manera de seleccionar qué leer y qué no leer. El tiempo es el filtro por excelencia y nos hace el gran favor de separar el trigo de la cizaña. Con mayor o menor acierto, actúa como juez neutral sobre la verdadera calidad o importancia de algo.

La razón es simple. Tan fácil es dejarse llevar por modas pasajeras en las que la mediocridad de algún producto se explote que resulta casi inevitable no unirse a los demás en su alabanza de algo mediocre; lo malo o lo simplemente regular se convierte, por tanto, en objeto de veneración ciega por parte de las masas. Y es que cuando uno se acostumbra a la mediocridad la consecuencia lógica es que sólo sea esta la que consiga satisfacerle a uno. Si algo se separa de ella o de unos ínfimos cánones predeterminados, automáticamente se rechaza por ser 'diferente'.

Así, sin unos cimientos fiables se pierde sensibilidad (o sencillamente ni se adquiere), con lo que cualquier cosa -- sea un libro, una obra de arte, una película -- es capaz de impresionar con un mínimo de estética bien posicionada para que el lector/espectador pasivo se vea plenamente satisfecho. Los clásicos siempre están ahí para decirnos: aquí estoy yo. Nos proporcionan unos fundamentos muchas veces necesarios para saber discernir lo bueno de lo meramente oportuno.

Por tanto, el que el libro de un autor ya fallecido se siga leyendo en nuestros días es, cuanto menos, indicativo. Evidentemente no puede tomarse como máxima infalible, ni como criterio único para decidir por dónde proseguir el camino intelectual, pero es indudable que si hoy en día seguimos leyendo a Shakespeare, Dostoyevski o Lorca es por algún motivo. No tanto por su habilidad como escritores, que también, sino esencialmente por su relevancia atemporal. Si hay algún rasgo que defina la atemporalidad de estos es sus reflexiones o comentarios sobre el ser humano; leerlos, por tanto, nos hace más humanos a nosotros los lectores.

Esto entronca con la definición que hizo Italo Calvino de un clásico: un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Su riqueza temática es incontenible y se presta a más de una lectura; por ello, "los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir 'Estoy releyendo...' y nunca 'Estoy leyendo...'. Mark Twain, por su parte, escribió que un clásico es un libro que la gente elogia pero no lee. Si hay un tinte de negatividad en su manera de expresar las cosas, se debe sin duda a lo fácil que es acomodarse respecto a un clásico: los damos por hecho de manera equivocada, simplemente por su estatus, y esto es un gran error. ¿Cuántos españoles de verdad han leído El Quijote en su integridad? ¿Y cuántos de ellos lo hicieron de manera voluntaria, es decir, sin el profesor detrás de ellos continuamente? Muchas veces se cita el 'Ser o no ser' de Hamlet, y sin embargo ¿quién de verdad se molesta en leerlo?

No es malo que la gente conozca pero no lea los clásicos, ni mucho menos --de hecho es preferible a que ni los conozcan. Y, por otro lado, leer los clásicos no presupone ceñirse a ellos de modo empedirnido, desechando todo lo actual o 'moderno'. Al revés, más bien. Quien diga que hoy en día no se escribe buena literatura, o que no se hace buen cine, o que no hay música 'como lo de antes' es un engañado. Se trata, en último término, de actuar con criterio e interés. Quien tenga inquietudes intelectuales de verdad encontrará los ansiado. Y si no, pues el tiempo dirá seguramente, enseñándonos con más o menos fiabilidad por dónde van los tiros. En cualquier caso, siempre nos quedarán los clásicos como fuente de calidad, conocimiento y, ante todo, humanidad.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Cartier-Bresson y el momento decisivo



“To take photographs means to recognize – simultaneously and within a fraction of a second – both the fact itself and the rigorous organization of visually perceived forms that give it meaning. It is putting one’s head, one’s eye and one’s heart on the same axis.”

Aprovechando que los jueves la entrada es gratis, ayer fui al Art Institute of Chicago. Estuve gran parte de la tarde en la exposición temporal sobre el célebre fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson. Me encantó, por supuesto.

Su Leica revela precisamente eso, el momento decisivo, que queda congelado y deviene irrecuperable. Dentro de la colección había fotos de todo tipo: curiosas, sensuales, oníricas, etc. Muchos retratos de intelectuales de la época también, como los de un jovencísimo Truman Capote o de un anciano Ezra Pound.

Si hay algo que caracteriza gran parte de ellas es esa palpable sensación de melancolía en blanco y negro. En todas ellas se percibe cómo el tiempo pasa -- o pasó. Sólo la fotografía es capaz de plasmar esto. Como él mismo dijo, mientras que el arte es meditación, la fotografía es una reacción inmediata.

martes, 3 de agosto de 2010

Music & Art

Hace nada descubrí ésta página web, donde describen el origen de diversas portadas de discos contemporáneos. Está muy bien, tiene algunos detalles interesantes.

La relación entre la música de un disco y la portada de éste siempre ha tenido para mí una importancia enorme. De alguna manera, ejercen una influencia mutua, para bien o para mal; están estrechamente entrelazados. A fin de cuentas, ¿quién puede escuchar Abbey Road sin pensar en su archiconocida portada? En fin, aquí os dejo con algunos ejemplos de los que tratan:

The Stone Roses - The Stone Roses



Vampire Weekend - Contra



King Crimson - In the Court of the Crimson King



Bloc Party - Intimacy



Fleet Foxes - Fleet Foxes



Franz Ferdinand - You Could Have It So Much Better

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Deerhunter - Cryptograms



Sonic Youth - Goo